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CRITICA
Por: PACO CASADO
El movimiento Dogma ha durado menos que un caramelo en la puerta de una escuela, ya que Jean-Marc Barr, el primero que rodó una película no danesa con esas normas, se las salta como quiere en esta nueva producción, tras hacerlo el propio creador, Lars Von Trier, en Bailando en la oscuridad (2000).
Es el segundo capítulo de la trilogía de la libertad.
El primero fue 'Lovers' (2000), que tocaba la libertad amorosa, y éste la sexual.
Se ambienta en un puritano pueblecito de Illinois, al que llega una chica francesa muy liberal.
Lyle, un campesino de 45 años, bien dotado, casado por conveniencia con una triste viuda con la que nunca consumó su matrimonio, porque la mojigata esposa se niega a acostarse con él, encuentra la liberación sexual con la novia francesa de un viejo amigo y descubre su sexualidad con la extranjera, lo que provoca un escándalo en el pueblo, un asunto que desemboca en tragedia.
Rodada en digital, lo que hace que la fotografía fluctúe en su calidad, aunque no abusa de la cámara a mano, se permite montar, meter música, iluminar y dirigir a los actores, que van en contra de las normas del Dogma.
Al guion le falta base argumental para sostener las casi dos horas que tiene de duración, por lo que se reiteran las escenas, y su ritmo se hace demasiado lento.
En su imágenes va implícita una cierta crítica a la hipocresía, aunque el mensaje es elemental, está falto de sustentación y es pretencioso.
Nunca hemos visto a Elodie Bouchez tan mal y a Jean-Marc Barr tan ridículamente cómico.
La mejor Rosanna Arquette.
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