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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine portugués tiene una producción anual escasa, pero acude cada año al Festival de cine Iberoamericano de Huelva con algún título.
Es este el canal por el que conocemos algunas de sus obras.
A decir verdad no recordamos una sola película de este país que nos gustara nunca.
Con esta prevención acudíamos a ver 'El valle Abraham' (1993), a pesar de que las referencias críticas que teníamos eran bastante buenas.
Y hemos de confesar que no sólo no nos ha defraudado, sino que es además un film ciertamente interesante.
Manoel de Oliveira, a sus 85 años, ha tenido ocasión de hacer su mejor obra.
Está basada en el texto de Agustina Bessa-Luis que fue quien le propuso hacer una nueva versión fílmica de la novela de Gustave Flaubert Madame Bovary.
Este a su vez le retó a que hiciera un nuevo tratamiento literario del tema y así salió el argumento que Oliveira ha transcrito íntegramente, usando como voz en off la de su director de fotografía.
En el valle de Abraham ocurren cosas del mundo de los sueños.
En las viñas del río Duero se desarrolla la vida de Emma que pasa por todas las fases del romanticismo y sale a la vida soñando con tres palabras: felicidad, amor y embriaguez.
Casada con Carlos, médico, Emma pronto se sentirá desinteresada y quiere una vida más brillante de fogosas pasiones y su temperamento le hace enamorarse del joven Leon con un apasionado romanticismo erótico.
Es difícil de contar su argumento.
Es la historia de esta mujer de una gran belleza interior que algunas personas creen por ello peligrosa.
La conocemos desde pequeña y posteriormente en su relación con los hombres: un marido, médico, con el que se casa sin amor, y los dos amantes.
Para ella los hombres simbolizan el poder, pero tiene una concepción del amor y del mundo mucho más poética que aflora en su propio semblante.
Si interesante es su contacto con el sexo opuesto no lo es menos con las otras mujeres que le rodean, como por ejemplo la criada sordomuda Ritinha.
Oliveira se ha tomado su tiempo, más de tres horas, y ha elegido el tempo en que quería desarrollar este melodrama lleno de exquisiteces, emociones y pasiones que se deslizan de forma suave y casi sin darnos cuenta, con una enorme riqueza de contenido y sobre todo con gran elegancia y maestría en la puesta en escena. Toma el texto, lo pone en off y lo ilustra convenientemente en una especie de simbiosis perfecta entre literatura y cine difícil de separar; a veces complementarios, otras en cambio redundantes, para remarcar lo que le interesa.
Y todo ello envuelto en una espléndida fotografía y en la adecuada música de los clásicos que se ajusta a las imágenes como anillo al dedo.
Una mención especial para la excelente interpretación de Leonor Silveira que da con su rostro toda la expresión interior.
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