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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el año 1975 Jaime Chávarri hacía la película El desencanto aprovechando el momento en que se descubría en Astorga una estatua dedicada a Leopoldo Panero, conocido como el poeta del franquismo. Con las declaraciones de la esposa, Felicidad Blanch, y de sus hijos, se hacía una cruel desmitificación y una amarga reflexión sobre su figura dejando al poeta y al hombre a su justa altura.
Ahora, veinte años después, el director Ricardo Franco vuelve a retomar a estos personajes. Ha muerto la madre, Felicidad Blanch, y la familia se ha deshecho. Los componente de la misma se han dispersado. Juan Luis vive en el Ampurdán dedicado a la literatura y la lectura. Leopoldo María arrastra su enfermedad por los manicomios del país, ahora en el de Mondragón. Y Michi cultiva el alcohol y la crítica de televisión en Madrid. El primero reniega de sus hermanos a los que no quiere ni ver y los otros de los demás, con abundantes reproches a sus actitudes a todos los niveles. Todos muestran el proceso de autodestrucción que ya apuntaban en la primer film mientras Ricardo Franco escarba en sus conciencias. Pero ya no tienen sentido sus nuevas confesiones, una vez muertos el padre y la madre que los mantenían unidos, muy a su pesar. Sus declaraciones son fuertes y duras para ser de miembros de una misma familia, pero el desencanto ha desaparecido, porque ya se ha hecho realidad.
El significado de la palabra desencanto que tenía aquella cinta y que se refería a sus vidas, fue tomado de forma más general con respecto al régimen imperante en el país hasta entonces. Era el retrato de una época pasada. Ahora después de veinte años, posiblemente el título de El desencanto 2 o de El nuevo desencanto le hubiera venido mucho mejor al hacer otro intento de retrato amargo y desesperanzado de estos hombres que únicamente en ocasiones llegan a convertirse en auténticos personajes. El director hace un intento de acercamiento de los tres y sólo logra reunir a dos de ellos, Michi y Leopoldo y es precisamente en un cementerio, como símbolo de desesperanza de unos hombres que ya sólo esperan la muerte, una muerte que casi viven en vida, con todo lo que de contradicción tiene esta frase.
Esta segunda película creemos que pierde el sentido y el interés que tenía la primera, porque poco o casi nada aportan ya a lo que habían dicho antes y no dicen nada nuevo, por lo que el espectador, por momentos, llega a desentenderse de lo que les pueda pasar a estos hombres convertidos en juguetes rotos. Una notable fotografía con buen colorido y poco más.
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