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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tom DiCillo se ha convertido en uno de los directores de cine independientes más famosos y celebrados.
Los actores y actrices comienzan a querer intervenir en sus películas.
'Johnny Suede' (1991), 'Vivir rodando' (1995) y 'Box of Moonlight' (1996), le han situado en un lugar casi de privilegio para que con su cuarto film pueda disponer de un presupuesto relativamente grande de diez millones de dólares y un reparto que puede considerar de auténtico lujo.
La industria cinematográfica comienza a respetarle y él no acepta imposiciones, ya que a pesar de los millones ha gozado de la misma libertad para criticar el mundillo de la moda, de la televisión y del cine, que le dan el dinero para hacer una comedia contemporánea como ésta.
Dos actores se ven obligados a ganarse la vida como camareros para subsistir.
Joe vive desde hace seis años en Manhattan con May una maquilladora que trabaja para Blair, un fotógrafo de moda, es realista y buena en su oficio, que es el sostén de la familia.
Su amigo Bob, aspirante a actor, logra actuar en un papel bien remunerado en una telenovela de sobremesa, pero está obsesionado con encontrar una mujer que sea una auténtica rubia.
Con estos mimbres Tom DiCillo nos pone por delante el falso mundo en que se desenvuelven sus protagonistas, en el que la imagen y la apariencia es lo que realmente importa.
El título es bastante simbólico.
No existe la mujer ideal, ni la rubia auténtica.
Nosotros mismos nos creamos el estereotipo y las necesidades.
A pesar de no doblegarse Tom DiCillo hace su cinta más convencional a la que le falta la desfachatez, la frescura y el sarcasmo de las anteriores, tal vez porque para no pillarse los dedos no ha querido ser demasiado agresivo y deja que el público saque sus propias conclusiones en torno a la falsedad y lo efímero de ese mundillo.
En ese sentido el director y guionista no profundiza demasiado en los personajes, se queda en la superficie, y nos da un retrato bastante pesimista sobre el tema.
Del espléndido reparto nos quedamos con el descubrimiento para nosotros de Catherine Keener, la musa del director, mientras que en el otro lado de la balanza nos decepciona Matthew Modine, en el papel más soso que le hemos visto hasta ahora.
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