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CRITICA
Por: PACO CASADO
Serge Siberman, tras perder a Luis Buñuel, a quien le produjo sus últimas películas francesas, ha querido contar ahora con uno de los maestros más grandes del cine japonés, vivo, de milagro, tras su suicidio frustrado después del fracaso de "Dodeskaden".
Pero tendría que ser así para Kurosawa, que había sido descubierto en el Festival de Venecia con su "Rashomon" en 1950, y que había dado obras maestras como "Los siete valientes" y "Barbarroja", sumara a su espléndida filmografía lo mejor de su carrera, "Dersu Uzala", que recibiría el Oscar a la Mejor película extranjera, "Kagemusha" y ahora la que puede ser su testamento cinematográfico "Ran", realizada con una gran vitalidad y maestría a sus 75 años, que son tal vez sus más logradas películas.
Se basa en la obra de William Shakespeare "El rey Lear" y la adapta perfectamente al Japón de finales del siglo XVI, en el que un señor feudal, viendose viejo tras una cacería, decide repartir su territorio entre sus tres hijos, dándole a uno el mando y a cada uno un castillo.
Surgirán entonces las luchas internas, vendrá el caos, la violencia, la muerte, el ponerse a flote las pasiones, los viejos rencores, el odio oculto y la incapacidad a veces del hombre para perdonar y redimirse, evitando la amargura ante la violencia que produce la guerra, cometiendo una y otra vez los mismos errores.
Kurosawa ha convertido un film complejo en algo fácil y asequible, gracias a la capacidad de viejo maestro y a ser el más occidental de los cineastas japoneses, recreando un gran espectáculo en el que ha empleado cuatro años de su vida, y que ha montado de forma esquemática desaarrollándo las escenas pasionales, las de la violencia interior entre las paredes de los castillos, mientras que las espectaculares las reserva para los exteriores.
Si las primeras están hechas a base planos inmóviles, largos y densos, los segundos son todo movilidad de cámara, montaje en corto, cromatismo en los colores de las batallas que acentúan mucho más la propia violencia, la sangre, la muerte, contrastando con la naturalexa mostrada en toda su belleza y esplendor.
Akira Kurosawa ha creado una película de una gran densidad dramática donde se mezclan las pasiones humanas, las intrigas, las venganzas de l amuerte como último recurso.
Y logra con todo ello un clima de gran tensión y al mismo tiempo de extraordinaria belleza, en una de las películas japonesas más hermosas que se han hecho en los últimos tiempos, con una belleza plástica inusual en el cine actual.
El paisaje y el colorido cobran en ocasiones auténtico protagonismo en este film de Kurosawa, ofreciendonos bellisimas estampas de un mundo pasado, distante para nosotros, de señores feudales, samuráis, castillos y guerreros acercados por la magia del cine y la sabiduría de este gran director, como lo demuestra en las últimas batallas, once llevadas a cabo con la misma fuerza y avidez de un joven realizador.
pero en esta bella y espectácular reflexión sobre el poder, la muerte, la locura, etc, no podíamos dejar atrás la labor de los intérpretes, el montaje, la dirección o la fotografía, que todas ellas brillan a gran altura.
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