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CRITICA
Por: PACO CASADO
Los cómics de la Marvel siguen nutriendo al cine norteamericano de héroes ante la falta de imaginación de los guionistas para crear nuevos argumentos.
Este que aparece ahora en la pantalla salió del anonimato al papel en 1972 en unas primeras entregas y volvió de nuevo en los años 90 con nuevos capítulos.
Ahora ha salto a la gran pantalla y de ahí también a los videojuegos, con lo que el negocio está más asegurado, aunque la película falle, artísticamente, que no comercialmente, a juzgar por la acogida que ha tenido en la taquilla, aunque seguramente se desinfle pronto.
El héroe en cuestión se llama Johnny Blaze y es un motorista que hace un pacto con el diablo para salvar la vida de su padre y proteger la juventud de Roxane, una chica que es su novia. Satanás le encomienda la misión de capturar las almas que se escapan del infierno.
Un día le pide que detenga a su hijo, que se ha revelado contra él, y a cambio le devolverá su alma.
Así actúa en un espectáculo de exhibición de acrobacias motociclistas de día y como cazarrecompensas del diablo de noche en llameante moto y calavera.
Terminará usando sus poderes para defender a los débiles e inocentes.
El encargado de llevarlo al cine es Mark Steven Johnson, un director apasionado seguidor de los comics desde que era un niño al igual que Nicolas Cage, que encarna al héroe de esta diabólica historia.
Toda la trama se reduce a los efectos especiales para representar la lucha entre el bien y el mal, una vez más, sin aportar nada nuevo, sin otras pretensiones que las de complacer a los fans de este género literario, si así se puede llamar a esto.
En la banda sonora se incluye La cabalgata de las walkirias y un tema de J. Straus.
Mark Steven Johnson, que ya demostró su incapacidad con Daredevil (2003), hace una puesta en escena falta de personalidad debido entre otras cosas a un confuso guion que pone a los personajes en situaciones que son realmente ridículas.
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