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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hubo un tiempo en el que el cine de Hollywood buscaba el exotismo de lo latino y en ese sentido este es un buen ejemplo de esa tendencia llevada a cabo en la década de los años cincuenta.
Nora Taylor tiene treinta y siete millones de dólares, pero ella cree que cada nuevo hombre que conoce, prefiere su dinero a su figura, y eso no incluye a su actual prometido, Paul Chevron, que tiene cuarenta y ocho millones.
Paul va a Brasil a jugar un campeonato de polo y Nora se marcha con él.
Allí conoce a Roberto Santo, un apuesto muchacho de buena figura y guapo, a quien cree que no tiene ni un sólo dolar, y se enamora de él, que está muy contento cuando descubre que en realidad ella es millonaria y que no va en busca de su fortuna.
No creemos que Joe Pastenak, productor de M.G.M. de esta película y de otros musicales de la casa, haya pretendido otro objetivo que el de crear un puro entretenimiento para los espectadores y conseguir un producto comercial de cara a la taquilla.
El intrascendente asunto de esta comedia norteamericana es que la joven millonaria duda de si el hombre del que se ha enamorado lo está realmente o lo finge atraído por su dinero.
Está desarrollado al estilo clásico de esta clase de comedia ligera.
La trama es divertida y amena, de ambiente optimista que transcurre en bellos paisajes y lujosos hoteles.
En realidad no sucede nada que sea nuevo, todo es conocido, pero mantiene la atención y el interés con graciosas situaciones en las que se intercalan melodías brasileñas
El guion de Isobel Lennart es convencional y previsible en todo momento y tiene como plato fuerte el clásico triángulo amoroso, con la particularidad en esta ocasión que uno de sus componentes es latinoamericano y hace alarde de la fogosidad latina tal como la ve el cine de Hollywood.
Los condimento de este guiso son un viejo don Juan brasileño made in Hollywood, un norteamericano influenciado por el aire brasileño bastante bufo y una fina sátira de los piscoanalistas que es lo mejor de esta historia.
La salsa la pone Brasil y su música.
La realización de Melvin LeRoy cumple, gracias a su veteranía como director, pero no da destellos muy cinematográficos, lástima que se haya pasado claramente al bando de los que hacen cine comercial y acepte guiones tan flojos como el presente.
Por su parte la música también ayuda dada su calidad, es rítmica y agradable y la fotografía de Joseph Ruttenberg realza con el technicolor los bellos paisajes de Rio de Janeiro, lo que ofrece un estupendo y encantador espectáculo.
Por su parte los intérpretes se limitan a cumplir cada uno con su respectivo cometido, destacando el simpático personaje que representa el veterano Louis Calhern con una gran desenvoltura.
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