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CRITICA
Por: PACO CASADO
Para su película número 35 el genial director de Manhattan nos propone un juego divertido.
Al comienzo de la misma cuatro escritores Louise, Al, Max y Sy, discuten alrededor de la mesa de un restaurante, en una noche lluviosa, de si es mejor el drama o la comedia para contar una historia, mientras discuten sobre los problemas de la vida.
Uno de ellos propone escribir la historia de Melinda Robicheaux, una mujer con problemas y otros dos dan su versión contrapuesta de la misma, inventando sobre la marcha.
Melinda dejó a su marido médico para comenzar una relación con el que piensa es su hombre soñado.
Woody Allen va mezclando los relatos con gran suavidad, sin que apenas haya resquicios en su unión entre uno y otro, con actores distintos y con el único punto en común en ambos de Melinda, una mujer enigmática, con dos caras, dos universos paralelos, que puede ser síntesis de las muchas que pueblan su obra.
Dos historias alternas, una en tono de comedia y la otra de tragedia, sobre los intentos de Melinda de encauzar su vida.
De esa forma vamos pasando alternativamente del drama a la risa, casi sin darnos cuenta, a través de unos diálogos inteligentes, ingeniosos, cuando no graciosos, chispeantes, llenos de ironía y humor.
Compone así una obra repleta de seres humanos con sus traumas y neuras, con los problemas de nuestros días que cada vez nos complican más la vida.
Pero como en el film, la vida no es solo cómica o trágica, sino que ambas cosas van de la mano y aparecen según el momento.
No pueden faltar en sus cintas ni Manhattan, ni sus traumas habituales, aunque últimamente los vemos más suavizados.
Ya no habla tanto de la religión o de la muerte, aunque sigan presentes otros como la fragilidad del amor, el sexo, la depresión, los celos, la infidelidad conyugal, la inestabilidad del matrimonio, la felicidad o la incomunicación y con eso de rodar por Europa se ha olvidado alguna vez de Manhattan.
En 'Melinda y Melinda' (2004), Woody Allen nos descubre a Radha Mitchell, una encantadora criatura australiana, que acabamos de ver en 'El fuego de la venganza' (2004), donde pasa casi desapercibida y que aquí se erige en poderoso eje central en torno al cual giran todos los demás personajes, entre ellos el inefable Will Farrell, que hace de su alter ego, al que nunca le hemos visto mejor, lo que demuestra la buena mano que tiene para dirigir a los actores.
Entre los temas que incluye en la banda sonora está Take a train el concierto en D para orquesta de cuerda de Igor Stravinsky..
Una lúcida reflexión sobre la creación literaria y la naturaleza del alma humana hecha con rigor y diversión a un tiempo.
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