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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine español parece querer emular viejos éxitos recuperando un género como el de la comedia que tantos taquillazos dio en otras épocas, esta vez con cateto incluido que fueron de las que más dinero dieron.
Recuerden 'Recluta con niño' (1956), 'Cateto a babor' (1970), las de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria.
Esta vez es un ingenuo y gamberrete joven, llamado Pelayo, el que tras una gorda faena, es mandado por sus padres, desde su perdido pueblo asturiano de Cangas, a Madrid, para que se haga un hombre, con su tío Lorenzo, a quien creen que es un empresario triunfador, pero que no es más que un caradura arruinado, que vive de las apariencias, que para salvar el tipo se va a casar con Palmira, una prostituta retirada, que tiene un local en el que se celebran despedidas de solteras con unos cutres boys, unos fracasados perdedores, que aporta Lorenzo, que terminan convertidos en gigolós.
La llegada de su sobrino va a alterar todos sus planes y una vez más hará de gafe en muchas situaciones y terminará enamorado de Claudia, una prostituta venezolana, tras convertirse en un gigoló de éxito en la agencia Macho Ibérico, creada por su tío.
Una comedia de título equívoco, basada en una historia disparatada y absurda, como muchas de las situaciones creadas para hacer reír, con una vieja fórmula ya muy gastada, pero que no siempre lo consigue, con unas gotitas de buenos sentimientos y algo de ternura, con un Arturo Fernández, recuperado para el cine tras doce años de ausencia, que hace de sí mismo, una vez más, y un Gabino Diego haciendo de ingenuo paleto de buen corazón.
Un despropósito en la línea pícara de las peores películas de Antonio del Real, caso es el caso de 'Trileros' (2003).
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