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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras un comienzo en el cine algo singular con 'Tras el cristal' y 'El niño de la Luna' que llegaron a desconcertar al mismísimo Festival de Cannes, siempre abierto a nuevas corrientes y estilos, el mallorquín Agustín Villaronga aceptó, tras unos años sin trabajar, el encargo de dirigir 'El pasajero clandestino', sobre una novela de Georges Simenon, donde se atuvo estrictamente a lo que era el guión y la propia novela.
Ahora nos presenta su cuarto largometraje, 99.9, que diríamos es una mezcla de ambos. Es un encargo que trata de llevar a su terreno, a ese en el que sabe desenvolverse mejor, en el que juega con las luces y sombras para crear una atmósfera inquietante y definir el mundo que le interesa y viene bien a la acción en este caso.
El punto de partida de esta historia fue el suceso lejano de las caras de Bélmez, pero el film comienza con una locutora que tiene un programa de parasicología en una emisora (99.9 es su dial) a la que le llega una cinta que grabó el padre de su hijo, que falleció en oscuras circunstancias, y decide investigar, encontrándose un mundo rural cerrado que no acepta extraños, por el que deambulan personajes enigmáticos envueltos en intrigas, secretos y mentiras cuando no en la locura.
Con economía de medios expresivos, jugando con las imágenes, crea un mundo de fantasía, dolor, locura y muerte que llega incluso a hacerse difícilmente soportable.
Si en algo falla el guión es en el personaje de Lara, interpretado de forma esforzada y voluntariosa por María Barranco, pero difícil de creer, y en caer en el tercio final en algunos convencionalismos propios del cine de este género, así como algunos personajes que necesitarían más definición.
En el otro lado de la balanza la espléndida labor de fotografía de Javier Aguirresarobe. Villaronga logra en parte lo que desea pero sigue sin redondear el trabajo.
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