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CRITICA
Por: PACO CASADO
Cada vez que se nos anuncia una nueva película del longevo director Clint Eastwood, se nos viene a la cabeza si será la última, ya que a sus 94 años pocos directores han estado aún en activo, salvo raras excepciones como fue el caso de Manoel de Oliveira que en el mismo año de su muerte, 2015, a los 106 años aún rodó un corto.
De una forma o de otra, larga vida a Clint Eastwood para que nos siga ofreciendo su buen cine ya que aún parece que está en forma.
En este caso nos cuenta un emocionante thriller judicial sobre la verdad y la justicia, de sabor clásico y los con posibles errores que a veces se pueden cometer al aplicar la ley.
En él interviene como jurado número 2 Justin Kemp, un periodista de Savannah (Georgia), ex alcohólico, que tras haberse curado está casado con una maestra que espera un hijo del que está a punto de dar a luz.
Es elegido para formar parte de un jurado para juzgar a James Sythe, un hombre que es acusado de haber matado a Kendall Carter, su novia, tras haber tenido una discusión en un bar y ella caer por un barranco esa noche y encontrada a la mañana siguiente en un charco de sangre.
Justin Kemp se enfrenta a un grave problema de moral ya que podría utilizar sus conocimientos del caso para determinar el resultado del jurado que, podría condenar o liberar al hombre que es acusado del asesinato.
Tras consultar a un abogado se enfrentaría a una grave condena.
El fantástico guion es original del debutante Jonathan A. Abrams, en cuyo argumento se plantea un diseño de personajes muy ajustado y dos cuestiones fundamentales que nos hacen reflexionar.
Por una parte el thriller que se plantea sobre el asesino y el consiguiente juicio para determinar la culpabilidad del acusado que, a priori, aparenta ser evidente.
Esto origina una gran discusión por parte de los miembros del jurado que se han quedado en 11 tras ser expulsado uno de ellos exinspector de policía que investiga por su cuenta.
(Aquí hay un error cuando se dice que están empatados los a favor y los en contra siendo 11).
Este aspecto recuerda en muchos momentos al estupendo film 'Doce hombres sin piedad' (1957) de Sidney Lumet.
Por otro lado está el dilema moral del protagonista que se plantea el poder salvar a un inocente, pero en su lugar se vería implicado él siendo condenado en su lugar.
Otro de los temas que se toca es el del alcoholismo y sus consecuencias que puede llevar a situaciones fatales e irremediables en muchos casos.
El director Clint Eastwood hace una solida y estupenda realización con el rimo adecuado a esta clase de cintas y con un trabajo interesante de los actores, no solo del joven protagonista Nicholas Hoult, sino también de veteranos como J.K. Simons o Toni Colette que se reparten cierto protagonismo a lo largo de la narración, bien estructurada por cierto, contada por derecho, con algunos flash backs aclaratorios.
Una trama interesante que mantiene embebido al espectador.
La banda sonora del veterano Mark Mancina no destaca por su originalidad pero acompaña bien a las imágenes en los momentos en que aparece.
Finalmente diremos a los fans del director californiano que parece que aún tiene un nuevo proyecto en la cabeza a realizar.
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