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CRITICA
Por: PACO CASADO
Stanley Donen es uno de los directores más sensibles que tiene el cine norteamericano.
Hombre dúctil, experto y clave en el musical moderno, era tal vez el director idóneo para tratar este tema tan delicado de la homosexualidad en una pantalla
Apoyándose quizás en exceso en la obra teatral de Charles Dyer, autor también del guion, lo que posiblemente le perjudique en este caso y en el aspecto teatral que ha resultado el film,
Stanley Donen lleva a cabo una cinta interesante, en la que dos homosexuales Charles Dyer y Harry Leeds hacen vida en común y se mantienen con el producto de su trabajo en una barbería que uno de ellos posee en un barrio londinense.
Llevan veinte años unidos viviendo juntos, hacen vida en común y viven de lo que obtiene del producto de su trabajo, una barbería peluquería.
Ambos se ganan la vida como peluqueros en un establecimiento que poseen en el West End de Londres.
La escalera a que hace alusión el título es la que conduce a la sórdida habitación en la que hacen su vida conyugal, que se comunica con la peluquería.
La película trata de exponer, y creemos que lo logra plenamente, el drama de estos dos hombres, su soledad, el miedo a enfrentarse con la vida y con su problema, la marginación que sufren, el cuidado de sus respectivas madres enfermas una de ellas inválida, los celos, las múltiples peleas que entre ellos se originan, la timidez, su desequilibrio sexual y su problema en el terreno amoroso.
Todo ello está expuesto con amabilidad, con amargura y al mismo tiempo con sus gotas de humor, asomando la comedia que es habitual en el cine de Stanley Donen.
Se abusa en muchos momentos de los diálogos, dada su ascendencia teatral, lo que hace que en ocasiones pese en el ánimo del espectador, pero en su contraste disfrutamos de una buena interpretación de dos grandes actores, monstruos sagrados de la interpretación como son Rex Harrison, perfecto en sus modales, postura y femineidad y Richard Burton, sensible y femenino a pesar de la tosquedad de su rostro, ambos dan el papel a la perfección, sin un desliz, y al mismo tiempo sin escabrosidad ni falsos amaneramientos que con su formidable trabajo que llevan a cabo humanizan a sus respectivos personajes, además de la exquisita dirección de Stanley Donen.
El buen trabajo de Christopher Challis en la fotografía completa el cuadro de valores de este film, como muestra del buen cine de Stanley Donen y de lo que es capaz este director con una obra de teatro y con dos grandes actores tratando el tema con sumo cuidado y sensibilidad por muy escabroso que este sea como ocurre aquí con la homosexualidad.
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