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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine español no ha encontrado aún su camino.
Esto es cierto, aunque lo busca, según creemos.
Poco a poco van siendo menos las producciones de fokloradas andaluza, las de toreros, las históricas, por lo que ahora se buscan otros temas.
Esta vez se nos cuenta la historia de Casto García López, un manchego, agricultor, que deja su pueblo y emprende la aventura de la capital porque desde niño sueña con un imposible: colocarse de portero en un cine de la Gran Vía.
De momento consigue el empleo de abridor de autos en las afueras de un cine.
Naturalmente necesita un pomposo uniforme para ser portero, cuya adquisición vale un dinero, pero como no lo tiene, se convierte este infeliz en un aprendiz de mala persona.
Para ello rapta a un niño por cuya devolución pide exactamente por su rescate lo que vale el uniforme de portero cinematográfico y tras esconderse en la casa de un intelectual, entrega al niño a sus progenitores.
El cine español de finales de los años cincuenta intenta buscar nuevos caminos, con menos películas de andaluzas y folklóricas, ni films de barbas, pero no acaba de encontrarlo.
Proliferan las cintas de ambiente rural, tal vez por influencias de Bienvenido Mister Marshall, de Luis García Berlanga, e igualmente las de niños, arrastrados por el éxito de 'Marcelino pan y vino' y también hay otra rama, la de cupletista, originada por 'El último cuplé'.
Esta que comentamos va de pueblo de la sierra, con sus escenas de Madrid, con sus inevitables edificios como la Plaza de España o la Torre de Madrid, esta vez con el cómico de turno, en este caso le toca a José Luis Ozores, cada vez menos gracioso y acentuando un declive que se va pronunciando cada vez más.
Tal vez es culpa de los directores, pero lo cierto es que se le aprecian menos recursos y en cambio más monotonía en la interpretación.
Naturalmente tenía que ocurrir así, ya que no había personaje que interpretar y encerrándose siempre en sí mismo, tenía que llegar el inevitable momento.
La dirección es muy pobre de recursos.
El director Pedro Lazaga se defiende en películas más serias, pero lo que es en la comedia no da una.
Entre los pocos aciertos puramente cinematográficos encontramos una fotografía de Manuel Merino regularcita y la música de Antón García Abril es muy endeble e inadecuada para este mal film.
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