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CRITICA
Por: PACO CASADO
A Mario Camus le está ocurriendo como a los buenos vinos, que mejora con el tiempo.
Después de un comienzo en el que más vale olvidar algunos de sus films, su cine se serena y se hace cada vez más serio e interesante.
'Los santos inocentes' (1984), 'La casa de Bernarda Alba' (1987), 'Sombra en una batalla' (1993) son títulos de su última y mejor producción.
Siempre se ha dicho que Mario Camus es mejor guionista que director, pero en esta reciente etapa se están conjugando perfectamente las dos cosas.
La primera faceta la demuestra en esta ocasión al entrelazar perfectamente cuatro historias que confluyen en una sóla llevada de la mano de dos niños, uno español y el otro bosnio que van a parar a una casona cántabra de donde es desahuciada una señora mayor cuya sobrina se enamora del abogado que lleva el caso, mientras que un viejo carpintero de barcos, que encuentra un alijo de drogas, trata de resolver el caso.
Se podría decir que se trata de una cinta coral, pero no sería exacto. Aquí van entrando los personajes en escena cuando le va llegando el turno y en el momento oportuno que lo necesita la historia, sin que haya ni una escena gratuita de relleno o un plano de más.
Igualmente tienen entrada una serie de temas que toca, aunque sea de pasada, como el divorcio y sus consecuencias, el drama de la soledad de los mayores, el problema de la corrupción policial, los reality shows, el tráfico de drogas, etc.
Todo ello enriquece a esta historia en el que los niños tienen el protagonismo: el bosnio a causa de la guerra se ha quedado huérfano; el español, víctima de otra guerra muy particular entre sus padres separados, también se encuentra solo.
Es una película que habla de temas contemporáneos cercanos a todos. Como dice uno de los protagonistas, "la vida es una complicación que tenemos que resolver nosotros mismos".
Para este espléndido guion ha contado con un cuadro perfecto de actores, desde la veteranía de Julia Gutiérrez Caba o del actor teatral José Mª Domenech, hasta el encanto, simpatía y dulzura de Ana Duato o la sobriedad de Antonio Valero.
Y como aglutinante a este guion lleno de talento una suave dirección de Mario Camus llena de sensibilidad y buen gusto que encadena con el ritmo adecuado las imágenes e interpretación de los actores para lograr este sólido y extraordinario film.
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