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CRITICA
Por: PACO CASADO
Los festivales sirven muchas veces de escaparates estupendos para descubrir nuevos directores o cinematografías inéditas. Edward Yang, originario de Shanghai, afincado en Taiwan, ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes 2000 con ésta su décima película y no se había proyectado ninguna en España.
Cuenta la historia de una familia de clase media alta. El padre tiene una empresa de informática que debe renovarse o desaparecerá. Un día se encuentra con su primer amor ausente en Norteamérica. La madre sufre una crisis y se refugia en un monasterio. La abuela, tras una embolia, queda en coma y el médico recomienda que todos le hablen, por lo que viene a ser como el confesionario o paño de lágrimas de los miembros de la familia. La hija tiene problemas sentimentales y el pequeño trata de descubrirle a las personas lo que no pueden ver: su nuca.
El film tiene una especie de paréntesis con dos actos sociales, al comenzar con una boda, en la que vamos conociendo a los personajes y se van planteado los temas, y al terminar un entierro, en el que algunos personajes ya han evolucionado.
Es un retrato de la sociedad actual, con sus temas universales, del amor, la familia, las relaciones humanas, los problemas económicos y empresariales, en definitiva, la cotidianeidad de cada día en personas que podemos encontrar a nuestro lado.
Cinta de ritmo lento que, a pesar de su largo metraje se lleva bien, sin cansar, con unos personajes singulares llenos de emotividad y sencillez, interpretados con comedimiento.
Película con una eficaz dirección, madura y seria, con un planteamiento tan real como la vida misma y con una sabia construcción de la narración.
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