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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras ser presentada en la sección Zabaltegui del Festival de cine de San Sebastián y pasar por el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, fuera de concurso, llega a las carteleras comerciales esta película que entrelaza ficción y realidad para relatar el encuentro de unos amigos en la isla de Menorca.
Allí, Fer, un veterano realizador publicitario en crisis, se cita con un viejo amigo, Miguel Ángel, una escultora, Nuria y su hija adolescente la encantadora Olivia, en plena crisis sentimental que mantiene relaciones con dos chicos a la vez.
La isla bonita es Menorca, lugar donde se desarrolla la acción. Posiblemente este film, el número veinte de su filmografía, es el más improvisado e inconformista de todos los que ha hecho el madrileño Fernando Colomo, un veterano director al borde ya de los 70 años, que se ha dado el gustazo de rodar sin guion una cinta llena de frescura y con un mínimo presupuesto de 70.000 euros para hacer una comedia romántica sobre un grupo de personas a las que les une el parentesco familiar, la amistad o la relación amorosa en un triángulo un tanto insólito.
Recuerda un poco a los personajes de Woody Allen en este canto a la amistad y la alegría de vivir.
El grupo de intérpretes denota una cierta irregularidad ya que casi todos ellos no son actores profesionales, pero a pesar de ello se defienden con bastante naturalidad ya que han tenido que improvisar muchos de los diálogos, por lo que no siempre resultan con la eficacia deseada, entre los que figura el propio Colomo, ya avezado a estas interpretaciones por haber figurado con frecuencia en sus propias películas o en las de algunos de sus colegas de la comedia madrileña, que parece pasarlo bastante bien en la que cuenta su vida amorosa a través de escenas interpretadas por él mismo en algunas de las producciones donde figuró, que hacen referencia a sus matrimonios y divorcios ágilmente introducidas en el argumento.
Dentro de estas relaciones de los personajes se trata el tema de la inspiración del artista, del papel del arte en la era de la globalización, por una parte de la escultora y por otra la del director cinematográfico, aunque sea en artes muy distintos, y a pesar de que el artista no logre siempre lo que se propone, su obra dice mucho de sus intenciones, al menos.
En todo momento hay una sensación de realidad, de verdad, gracias a una ágil puesta en escena y una interpretación naturalista de los improvisados actores, entre los que el paisaje balear en un personaje más con su luminosidad, su sol y su sensación de paz para un descanso ideal.
La comedia no es perfecta pero resulta un simpático pasatiempo que arrastra al espectador si se entra en el juego improvisado que propone, con sus virtudes y con sus defectos, con una historia de amor que se resuelve de una forma bastante conformista.
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