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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine ruso fue esencial en el progreso del séptimo arte aportando grandes directores clásicos que hicieron progresar el lenguaje y que no vamos a citar porque estarán en la mente de todos, pero esta muestra de cine ruso moderno nos ha dejado bastante fríos, y no va con segunda.
La acción se situa en Rusia en el año 2017, poblada de ruinas, andamios, autopistas sin terminar y estatuas rotas, cuando el mundo podía estar a punto de una nueva gran guerra, cien años después de la Revolución Bolchevique.
Se compone de siete historias de ciencia ficción llenas de inconsistencia dramática, con personajes melancólicos, que se cuentan alrededor de un enorme edificio que ha quedado a medio construir porque el magnate que mandó edificarlo ha muerto y sobre el que algunos debaten si se derrivará o si se seguirá edificando y vagando por los alrededores un grupo de marginados e inadaptados lucha por hacerse un hueco en una sociedad que está cambiando.
Las historias son bastante irregulares y diferentes entre sí, algunas no tienen mucho sentido, mientras otras son auténticamente surrealistas, deprimentes, pesimistas y desconcertantes.
Los diálogos son inconexos, algunos absurdos y otros imposibles, con personajes frios como la nieve y otros al bordes del delirio.
El edificio a medio construir servirá a manera de parábola de la Rusia actual, con una sociedad a la deriva, con un sentido apocalíptico, con ciertos toques más bien desconcertantes, contrastando con algunas escenas violentas y con algunos anacronismos en los distintos relatos que componen la desunida trama de este cuando menos estraño film.
El excesivo metraje de casi dos horas y media se hace insufrible, internimable, parece que no va a acabar nunca y cuando finaliza una historia aún quedan más, resultando irritante por lo pretencioso de algunas de ellas por lo que hay que entrar en el juego metafórico del director si se quiere entender algo de lo que quiere decir.
La realización corre a cargo del hijo del malogrado director ruso Alexey German, que hace aquí su cuarto largometraje de ficción, en el que nos ofrece un paisaje muy peculiar, generalmente neblinoso, lo que origina una fotografía gris, sucia, sin matices, dando una sensación bastante negativa de ese futuro inminente. Una cinta difícil de digerir.
Lo que acaba por descolocarnos por completo es que haya conseguido el premio Oso de plata a la mejor contribución artística en el Festival de cine Berlín 2015.
Entre los jurados de los festivales hay algunos cuyos gustos merecen palos.
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