No cabe duda que la política de autores ha sido eficacísima para el desarrollo de la crítica cinematográfica
No cabe duda que la política de autores ha sido eficacísima para el desarrollo de la crítica cinematográfica, y aún cumple una importante función como elemento sustentador de una constante polémica entre revistas y como vehículo de aproximación intelectual al cine de las jóvenes generaciones de espectadores, pero creo que ya va siendo hora de desmitificarla en orden a las aberraciones prácticas a que ha conducido el olvidar que una película es una película antes que la obra de un autor.
Juzgar un film únicamente en cuanto respondía o no al esquema que previamente nos habíamos formado sobre su director, es un pecado en el que hemos caído casi todos.
Al estudio de la obra desprovistos de prejuicios, hemos preferido la simplicación y, de este modo -y los cito como casos más evidentes- han pasado desapercibidos, e incluso han sido tratados de autotraiciones al estilo de los autores, el importante avance que en la filmografía de Truffaut significa "La piel suave" y la profunda y extraordinaria autoconfesión de Richard Quine que es "Un extraño en mi vida", estrenada en Madrid tras las achampanadas "La misteriosa dama de negro" y "Encuentro en París".
Y si yo voy a caer otra vez en ese pecado, no es por un afan masoquista, sino también porque "Primera victoria" se ha visto afectada -dentro de lo que una película puede ser afectada por la opinión de unos críticos- en buena medida por la restricción mental que supone la aplicación esquemática de la política de autores.
Considerada bajo la perspectiva "película de Preminger", todos esperábamos el film como si fuese un estudio desmitificador de la derrota militar de Pearl Harbor y, por añadidura, de la Armada americana.
Cuando se ha creido que el film no era así -en mi opinión si lo es en parte- algunos lo han despreciado, alegando que era indigno de Preminger poner su inteligencia al servicio de ideologías conservadoras.
Si esta opinión procediese de críticos que no han solido "ver" las anteriores películas de Preminger, la cosa no tendría mucha importancia, pero si me preocupa que opinen de este modo destacados fans premingerianos, que no deberían olvidar que no ha sido en "Primera victoria" cuando su director ha empezado a jugar con las dos barajas de lo intelectual y lo popular.
Respetables madres de familia han dicho de "Buenos días tristeza" que era una película muy fuerte, pero muy buena, y "El cardenal" ha entrado en su doceavo mes de exhibición en el local madrileño que estrenó la película (a cincuenta pesetas la butaca), por lo que tiene de hagiografía al gusto de nuestro siglo.
Y si antes no hemos compartido esas actitudes burguesas ante otras obras de Preminger, no veo la necesidad de adquirir ahora esa óptica para juzgar "Primera victoria", película con la que su director se ha arriesgado más que nunca en ese sentido político-social que tiene todo su cine.
Y esto se debe a que, además de ser éste "un film de Otto Preminger", es también "una película de John Wayne" y varias cosas más.
Por todo eso, creo que sería muy interesante estudiar el funcionamiento superpuesto de estas dos importantes mitologías y los frutos nacidos de su maridaje u oposición.
La mitología que rodea el touch Preminger puede llamarse "de las anatomías" como homenaje a su "Anatomía de un asesinato", que es la película base para su elaboración.
La anatomía está basada en el objetivismo de los guiones, de la puesta en escena y de los actores que intervienen en las historias premingerianas.
De aquí se deriva la polémica constante que motivan sus obras, pues cada espectador aprecia lo que ve en la pantalla condicionado por sus personales convicciones, y pretende que en cada film defiende tal o cual sistema de vida, o los métodos de su personaje para conseguir lo que se propone, cuando lo que sucede es que Preminger describe con toda exactitud a los personajes y su circunstancia, sin pretender por esto calificar su comportamiento.
Texto escrito por J.M.L. en 1965