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CRITICA
Por: PACO CASADO
A la dirección se suele pasar desde muchos departamentos; el más frecuente es el de actor, pero también de guionista o de director de fotografía, pero no lo es tanto que lo haga un especialista en escenas de acción, como en este caso lo hace Chad Stahelski, que ya codirigió la primera parte de esta película 'John Wick: Otro día para matar' (2014), que no se vio en España comercialmente, tan sólo se pasó por televisión y ahora se puede ver en las plataformas digitales, y esta vez lo hace en solitario con la secuela de aquella, 'John Wyck: Pacto de sangre' (2016).
El legendario asesino John Wick regresa para responder a una deuda pendiente con Santino D'Antonio, un psicópata antiguo socio de la Continental, organización a la que perteneció durante años siendo forzado a salir de su retiro por éste que planea tomar el control del siniestro gremio internacional de asesinos.
Obligado por un juramento de sangre, Wick tiene que viajar a Roma, para cumplir su compromiso y así quedar libre del mismo, donde tendrá que luchar contra numerosos asesinos.
La primera fue difícil hacerla a pesar de tener un presupuesto muy ajustado pero ganó cinco veces más de lo que costó y eso hizo que se rodara ésta con muchos más medios.
Esta secuela comienza cuando acaba la anterior en la que Wick tiene un enfrentamiento a tiros con una banda de asesinos rusos porque le han robado su coche y han matado a su perro.
Aquí soluciona el tema, pero comienza otra historia, la de un mafioso italiano que le reclama una deuda de sangre que tiene con él que en su momento pactó y que tiene que cumplir, como es asesinar a alguien y él no quiere, pero debe hacerlo.
El guion está conformado por una historia mínima y mil veces vista, en otras ocasiones con el móvil de una venganza, aquí pagar una deuda y hay momentos que parece un videojuego en el que el protagonista tiene que matarlos a todos, en lo que emplea dos horas, que nos parecen demasiado.
Está filmada de forma confusa, sobre todo en las coreografías de las escenas de acción, peleas y tiroteos, con un montaje demasiado crispado en el que no se aprecia bien quien dispara y a quien, confusión que llega al límite en la secuencia de los espejos, mal planteada y queriendo hacer un homenaje o copiar a 'La dama de Shanghai' (1948), de Orson Welles.
Por otra parte todas las secuencias de tiroteos resulta muy inverosímil que ninguno de los disparos alcance al protagonista que a lo más termina con unos cuantos arañazos en la cara y cuando le alcanza uno en el vientre parece curarse de repente.
Chad Stahelski fue codirector de la anterior con David Leitch, que se convirtió en un film de culto con el debut en la dirección de los dos y construida en torno a las habilidades físicas de Keanu Reeves, de quienes ambos fueron dobles en 'Matrix' (1999).
Esta continuación nos lanza a una espiral de violencia en la que desaparecido el elemento sorpresa de la primera, es consciente de que no puede repetir el mismo truco y opta por refinar algunos de los elementos más intrigantes, como el funcionamiento de la poderosa sociedad de asesinos para la que trabajaba Wyck donde la violencia está prohibida entre ellos.
El atractivo sigue siendo las escenas de acción en lo que el director es un especialista por lo que respeta a los luchadores y los mantiene para que se luzcan, pero no se ve con claridad lo que sucede.
Según parece no es tan redonda como la original (que desconocemos), pero no creemos que sea necesaria una secuela y el final queda abierto para una nueva continuación.
Va dirigida a los fans del género, pero nada más.
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