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CRITICA
Por: PACO CASADO
En cine, después de tantos años viendo películas, creíamos haberlo visto casi todo en una pantalla. Vimos pasar la Nueva ola francesa, el cine de los jóvenes airados ingleses, el realismo crítico italiano, el cine de la memoria de Alain Resnais con 'El año pasado en Marienbad' (1961), la soledad de las paredes vacías de Antonioni, los experimentos de los comienzos de Arturo Ripstein en 'El castillo de la pureza' (1972), con muchos minutos de una cámara estática ante una lámpara encendida o la de Andy Warhold delante del Empire State de noche durante horas viendo cómo se apaga una luz o se enciende una ventana hasta aburrir a las ovejas.
Todos ellos son ejemplos similares a este 'Gerry' (2001) (sinónimo de gilipolla), en el que dos amigos dejan su coche al margen de la carretera y se ponen a hacer senderismo, pero abandonan los caminos y marchan campo a través hasta perderse varios días en el desierto.
El film lo constituyen larguísimos planos de caminatas sin rumbo, sin apenas diálogos y los pocos que hay improvisados, vulgares e insulsos que no conducen a nada, ni siquiera a darnos la relación que existe entre ambos.
Los planos se suceden con las dos figuras en el paisaje.
No es ni siquiera un documental que nos diga algo sobre lo que vemos.
No hay más que matorrales, cuando los hay, y ni siquiera se ve un pájaro.
Naturaleza muerta como queda el ánimo del espectador, desesperado ante lo que ve, que se hace interminable.
Debe ser que tenemos lo ojos quemados de tanto ver películas, pero este cine, del que decía Luis Buñuel que el peor pecado es aburrir, tiramos la toalla, porque no lo entendemos.
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