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CRITICA
Por: PACO CASADO
En unos años en los que el western americano empezaba ya a declinar y los realizados en Europa predominaban con sus productos, surgió esta película que lo revitalizó de momento, hecha por dos veteranos, Henry Hathaway como director y John Wayne como actor.
No deja de ser curioso que tras haber estado toda su vida haciendo grandes papeles de bueno, le dieran el Globo de oro y el Oscar en la única vez que muere en la pantalla.
Mattie Ross, es una altiva joven, casi una niña, perteneciente a una familia de buena posición, que se impone la tarea de atrapar al asesino de su padre con la ayuda dos agentes de la ley.
Para ello contrata a Rooster Cogburn, un viejo alguacil de gatillo fácil y carácter difícil, para que le ayude en la misión que se ha autoimpuesto.
Este no es otro que Tom Chaney, un empleado de la familia Ross que traicionó su confianza.
Un espléndido western basado en una novela del periodista Charles Portis, en el que el veterano John Wayne pudo dar rienda suelta a su faceta más cómica para interpretar al borrachín representante de la ley haciéndolo con bastante éxito.
Uno de los atractivos de este film está en el encanto infantil de la chica y su halo de dulzura, metida en tan duro menester. Está realizado en su mayor parte en exteriores, al aire libre. Tres personajes sencillos y buenos, frente a una cuadrilla de desalmados, todos ellos bien delineados, con sus defectos y sus virtudes, por la pluma de Marguerite Roberts, a través de un guion bien construido.
Destaca el debut de Kim Darby, en el papel de la pequeña protagonista, arropada por veteranos como Robert Duvall o Dennis Hopper, la fotografía y la música de Elmer Bernstein con temas de gran belleza, como la canción True grit que fue candidata al Oscar. Laurel de oro para la película y para John Wayne.
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