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CRITICA
Por: PACO CASADO
Si en su día fueron las películas japonesas de monstruos las que asustaban a los espectadores ahora son las de terror a raíz de varios éxitos que han creado adicción entre los espectadores occidentales.
Esta vez es un nuevo director el que debuta en el cine, Takashi Shimizu, curtido en la televisión, el que incide en el tema de la casa maldita en la que sucesos horribles ocurridos en ella han creado fantasmas que aterrorizan al personal que la habita, en este caso una enferma anciana, que no habla, ni se puede mover, a la que va a cuidar una chica joven que oye ruidos en un armario y ahí a empiezan los extraños sucesos que se relatan en el film.
Takashi Shimizu la hizo en video, con un modesto presupuesto, y dado el éxito que tuvo Tagashige Ichise, su productor, le propuso hacerla en cine, al igual que la segunda parte que también se verá en España, y de las que habrá versión americana producida por Sam Raimi y dirigidas por el propio Takashi.
Es una vuelta a los lugares comunes del cine de terror, de casa encantada y a las raíces del miedo, posesiones y elementos escalofriantes en los que la obsesión de la muerte está siempre presente, llena de sobresaltos conforme aumenta el volumen de la música, con una clara vocación comercial.
No es tan terrorífica como algunos pretenden, sino que es incluso ridícula y aburrida, llena de tiempos muertos, ya que no parece interesarle para nada el absurdo argumento, más que los eficaces efectos que produce en el espectador que desde pequeño suele tener miedo a la oscuridad al encadenarlos uno tras otro.
La decepción viene dada por lo inane de su argumento, el anodino trabajo de dirección que en lugar de crear se convierte en pura rutina y es menos imaginativa que otras precedentes del género.
A su favor la belleza de la fotografía en color que no parece de una película de terror y la creación de la atmósfera en que se desenvuelven los personajes.
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