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CRITICA
Por: PACO CASADO
Corre el año 1881 en Nuevo México y los tiempos están cambiando.
Pat Garrett es contratado como representante de la ley y en nombre de un grupo de ricos rancheros, dueños de casi todo el ganado de Nuevo México, debe apresar a su antiguo amigo el proscrito Billy el niño, que se ha convertido en un pistolero realmente peligroso.
Para ello Pat reúne una cuadrilla que le persigue por todo el territorio, culminando en una confrontación final en Fort Summer.
La figura de Billy el niño ha sido tratada en numerosas películas, pero aquí es reinventada por el director Sam Peckinpah como una especie de estrella del rock del viejo Oeste; un joven que intenta vivir según sus propias reglas pero que se tropieza constantemente con los poderes establecidos, en este caso los grandes ganaderos de la región.
Quizás por ello, Peckinpah contrató al mismísimo Bob Dylan para dar vida a un forajido llamado Alias y a la mayoría del grupo de Kris Kristofferson para interpretar a los miembros de la banda de Billy.
Considerada como una de las mejores obras de su director, la película fue, sin embargo, mutilada por su productora la Metro Goldwyn Mayer, que en su versión original duraba 122 minutos y cortó bastante de su metraje, amputando así el normal desarrollo de los personajes imaginados por el director y cargando las tintas en las escenas de los enfrentamientos a tiros.
El cambio fue tal, que hasta el propio Sam Peckinpah quiso quitar su nombre de los títulos de créditos.
La versión original de Peckinpah no pudo verse hasta 1990, algo después de su muerte.
El primer impacto que causa este film de Peckinpah es el de ser artificioso y falto de vida, no obstante el sello de su director ha quedado en la forma de rodar determinadas escenas de violencia como era habitual en sus producciones.
Los personajes y las acciones no tienen un aire de veracidad, no responden a una reconstrucción realista de este trozo de la historia norteamericana.
Pero ese tono frío elaborado y el aire casi ritual de las escenas fue premeditado, queriendo hacer un Oeste a su medida con un nuevo enfoque que iluminara los viejos mitos del western.
Tanto Pat Garrett como Billy The Kid componen una historia de sobra conocida en el marco del western tradicional, vista en numerosas cintas, como El zurdo (1958), de Arthur Penn, con Paul Newman, por citar una de las más significativas y más logradas.
Peckinpah cae aquí en sus habituales errores de preciosismo, con irritantes ralentis para la violencia, hieratismo en los personajes que los distancia un tanto del espectador.
A pesar de todo, logra un tono preciso y obtiene una clase y un estilo indudables que borran la primera impresión.
Maneja bien a actores tan distintos como el desigual James Coburn, el debutante pero aceptable Bob Dylan y el estupendamente bien utilizado Kris Kristofferson.
Bob Dylan, con su música, ayudó a darle el tono de balada que quería su director Sam Peckinpah.
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