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CRITICA
Por: PACO CASADO
Cuando se estrenó El muñeco diabólico (1988) no acabábamos de explicarnos cómo la mente retorcida de un guionista puede concebir algo así. Pero menos podíamos dar crédito al tener éxito y surgir una secuela, y otra, y otra y vamos ya por la quinta en la que se llega a lo inconcebible.
A partir de La novia de Chucky (1998) se dieron cuenta de que la serie estaba agotada y la desviaron por la comedia ácida y el humor negro más descerebrado, pero el endemoniado muñeco, junto con su novia Tiffany, sigue cometiendo atroces crímenes.
Aquí resulta que tienen un hijo, Glen, huérfano y de sexualidad ambigua, que se entera que van a hacer en Hollywood una película sobre sus padres fallecidos y allá que se va, los resucita y comienza la tragedia familiar, ya que el chico es homosexual, el padre quiere que sea un asesino como él y la madre que sea niña y deje de matar.
El pretendido humor y la originalidad brillan por su ausencia y en su lugar tenemos escenas escatológicas de onanismo, inseminación artificial, sal gruesa, crímenes horrendos y violencia gratuita, junto a algunas críticas a Hollywood, paraíso del desenfreno y la hipocresía, en un argumento realmente sonrojante y disparatado que se hace realmente insoportable.
Don Mancini, creador y guionista de las cinco entregas, se pone detrás de las cámaras, sin demasiada fortuna, para ser él mismo quien dirija en esta ocasión, debutando así en la realización.
Cuenta con la complicidad de Jennifer Tilly, del rapero Redman que se interpretan a sí mismos, de una breve intervención del director John Waters en un papel de reportero, una fugaz intervención de la cantante Britney Spears y las voces en el original de Brad Dourif (Chucky) y Billy Boyd (Glen).
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