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CRITICA
Por: PACO CASADO
Podríamos encuadrar esta cinta en la típica película de colegas o parejas de policías, pero en este caso no son policías, sino delincuentes y se ven obligados a ir juntos forzados por las circunstancias y en contra de detectives corruptos.
Un tal Elmo McElroy, un químico norteamericano, viaja a Inglaterra para llevar a cabo su último gran negocio, pero es metido en la cárcel por fumar porros y treinta años después sale convertido en un gran químico, capaz de fabricar una nueva droga de diseño, superior al éxtasis y al LSD, con substancias totalmente legales.
Libre de las ataduras de un gángster que le tiene sojuzgado, se marcha a Inglaterra a vender su invento en el canallesco submundo de la ciudad de Liverpool, donde se tropieza con Felix, delincuente de medio pelo, que odia a los americanos, fan acérrimo del equipo de fútbol local, que pierde materialmente el trasero por una entrada para el partido contra su máximo rival el Manchester United.
Las peripecias que les suceden, primero huyendo de una asesina a sueldo a la que después le mandan protegerlos, constituyen la trama de este film que, aunque pretende hacer reír, no siempre lo logra.
Hay que agradecer que al menos la pareja resulta original, aunque los personajes sean increíbles, y a cargo de dos notables actores como Robert Carlyle y Samuel L. Jackson, convertido este último en co-coproductor.
Junto a los secundarios Meat Loaf y Rhys Ifans, dan rienda suelta a su histrionismo.
El contraste lo da la guapa Emily Mortimer que se toma su papel en serio.
Como curiosidad destaca que el guion es obra del desconocido Stel Pavlou, que lo escribió en sus ratos libres, basándose en experiencias personales y pensando en todo momento en Samuel L. Jackson en el papel principal.
Una vez terminado le envió el libreto al actor que, inesperadamente, no sólo aceptó protagonizarlo, sino que también se ofreció a producirlo.
El mediocre Ronny Yu, uno de los directores más populares del cine de acción de Hong Kong que más tarde emigraría a Estados Unidos capaz de lo peor con títulos como Guerreros de la virtud (1997) o La novia de Chucky (1998), dirige de forma rutinaria este thriller de acción fundamentado en la brutalidad y la violencia de sus escenas, al que se le podía haber sacado mucho más provecho.
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