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CRITICA
Por: PACO CASADO
La Universal vuelve a echar mano de sus clásicos ante la ausencia de nuevos temas y en este caso lo hace con uno de sus monstruos más conocidos del que hace una versión muy distinta.
Celia Kass vive una relación tóxica de control y de violencia cuyo marido, Adrian Griffin, es un destacado y adinerado científico, que la tiene totalmente sojuzgada, con una posesión excesiva con violencia de género lo que por esta temática la hace muy de actualidad sobre el machismo, que como muchas mujeres de hoy le será difícil demostrar el calvario físico y psicológico que padece por ello, corriendo riesgo su salud mental.
Una noche harta de ese obsesivo control, decide huir de su lado y esconderse, con la ayuda de su hermana pequeña, Emily, en la casa de James, un amigo de la infancia que vive con Sydney, su hija adolescente.
A los pocos días de su huida, Cecilia se entera por Tom, el hermano de su marido y abogado, que su agresor se ha suicidado y le ha dejado una gran parte de su enorme fortuna, con algunas condiciones que ha de cumplir.
Todo parece haber acabado... aunque ella sospecha que en realidad no ha fallecido, que cree que su muerte ha sido en realidad todo un engaño y el miedo se apodera de ella conforme van pasando los días y esclareciéndose los detalles.
Nadie la cree y todos piensan que son alucinaciones de su mente.
Pronto empezarán a producirse una serie de insólitas y letales coincidencias que pondrán en peligro su vida.
Ya hubo una versión con este mismo nombre, El hombre invisible (1933), dirigida por James Whale, con Claude Rains y Gloria Stuart, cuyo personaje se convirtió en todo un icono cultural, aunque no ha sido la única que se ha producido a lo largo de la historia del cine, que posiblemente los buenos aficionados deben tener en mente.
Ésta ha sido escrita y dirigida por Leigh Whannell, artífice de la saga Saw, un guionista que es un habitual del cine terrorífico, pero en esta ocasión difiere bastante, si mal no recordamos, ya que mientras que en la versión antigua se trataba de un científico que encontraba una droga que le hacía invisible y se convertía en un criminal, en este caso es un millonario obsesionado con su esposa a la que tiene totalmente controlada y harta de ello se fuga una noche y aunque a los pocos días le dicen que su marido se ha suicidado, ella no lo cree y piensa que la ve y la persigue a todas parte hasta casi volverse loca ya que nadie la toma en serio.
La primera hora de metraje se centra en esa obsesión persecutoria y ya en la segunda se deja "ver" el personaje invisible y el guionista aprovecha para introducir una serie de giros que la hacen más interesante, pero igualmente increíble.
Cuando H.G. Wells escribió la novela en 1897, en la que mezcla ciencia ficción con terror, nunca podría imaginarse que se convertiría en una horrorosa metáfora de la desigualdad y la violencia de género.
A veces la realidad da más miedo que la ficción y aunque en teoría se trata de una producción de terror, éste no se produce a base de sobresaltos o apariciones fantasmas por sorpresa, sino que en este caso es más de un terror de corte psicológico.
Leigh Whannell, actor australiano de más de una treintena de títulos se pasó a la dirección con Insidius: Capítulo 3 (2015), al que siguió Upgrade (2018) y ahora hace el tercero de los suyos como realizador con esta nueva versión de El hombre invisible (2020), que posee una destacada fotografía, pero como hemos apuntado al tener dos partes diferenciadas su realización resulta un tanto irregular.
En el capítulo interpretativo no acaba de convencernos el trabajo de Elisabeth Moss en el papel de Cecilia, siempre con cara de miedo y sin muchos matices.
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