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CRITICA
Por: PACO CASADO
John Boorman es un director británico al que no le gusta repetir géneros a la hora de hacer sus películas.
Esta vez se basa en la experiencia vivida personalmente durante la infancia, para mostrar la visión de Bill, un niño inglés de nueve años que vive en un suburbio en las afueras de Londres en la década de 1940, que mientras crece experimenta la euforia sobre los acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, quedando la guerra como telón de fondo, que para él es un espectáculo fantástico en lugar de un hecho trágico, que ve el conflicto como una aventura para héroes, sin tener en cuenta el sufrimiento y la tragedia que todo ello conlleva.
Para él era un motivo para tener vacaciones, y mientras que los bombardeos surgen a su alrededor aprende sobre sexo, muerte, amor, hipocresía y conoce las faltas que cometen los adultos.
Para Bill en esta historia se trata de vivir una aventura, una alteración del orden que ocasiona restricciones y disciplina, que incluso se alegra cuando las tropas de Hitler hacen saltar por los aires su escuela.
Entre tanto él merodea por las ruinas de las casas bombardeadas, su familia vivía el drama de la destrucción y su desmembramiento, con el padre alistado en el frente, la madre angustiada y sola ante la tragedia, su hermana mayor afronta la experiencia de ser madre al día siguiente de su boda, su joven vecina se queda sin madre o su familia sin hogar.
Mientras todo esto sucede él y su hermanita se comportan como si nada pasara, con una inocencia total, y sus abuelos viven plácidamente a orillas de un tranquilo río, lejos de los desastres de la guerra y el mundo está inmerso en el caos.
Es entonces cuando su vida da un giro radical, madurando a marchas forzadas y comprendiendo la importancia que tienen los lazos familiares.
Es un proyecto semi-autobiográfico que plasma en un guion escrito por el propio Boorman, que se encarga también de la dirección, para el que ha tomado todo el arco familiar: abuelos, padres, tías, hermanos, hijos, mientras surgen las vivencias del dolor de la guerra, la ternura o la alegría de los momentos felices de un nacimiento, todo en un mismo paquete.
Es el film más británico de su filmografía, con un tono lineal y un poco plano, hecho con pulcritud, pero por otro lado pierde el interés al querer aunar lo espectacular con el intimismo de lo familiar.
Tiene una buena fotografía de Philippe Rousselot e interpretación, sobre todo del pequeño debutante Sebastian Rice-Edwars, bien secundado por Sarah Miles como la madre y David Hayman en el personaje del padre.
Globo de oro a la mejor película. Bafta a la mejor actriz de reparto para Susan Wooldridge. Premio Mainichi a la mejor cinta extranjera. Premio a la mejor contribución artística en el Festival de cine de Tokio.
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