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CRITICA
Por: PACO CASADO
No acabamos de entender cómo el cine americano sigue empeñado en hacer películas de terror tan absurdas como resulta ser ésta. Una vez más se basa en un cómic, en este caso en la novela gráfica en tres libros, '30 días de noche', creada en 2002 por el dibujante de comics y novelista Steve Niles con Ben Templesmith, concibieron esta historia de vampiros para ser levada al cine, pero los grandes estudios rechazaron su propuesta, por ello decidieron convertirla en novela gráfica que según los especialistas revolucionó el género por su creatividad y elegancia al mostrar el mundo de los vampiros.
Tiempo después el productor Sam Raimi consiguió financiarla para finalmente plasmarla en la gran pantalla, para lo que contó con David Slade en la dirección, que ya había debutado de manera prometedora con Hard Candy (2005)
La acción se sitúa en Barrow, el pueblecito más septentrional de Alaska, que durante 30 días al año se sume en una larga noche en la que no hay sol.
A ese lugar ideal acude una pandilla de vampiros para satisfacer su sed de sangre, listos para alimentarse de los pocos residentes que permanecen en el pueblo dando muerte a todos sus habitantes del lugar.
Sólo el sheriff Eben y su ex esposa, Stella, también defensora de la ley, se ponen al mando de un puñado de supervivientes para ocultarse primero y hacerles frente después a esa pandilla de sangrientos asesinos.
Lo que en la novela es un hallazgo, en el film no resulta, ya que el argumento anda a salto y las acciones que vemos suceden casi cada semana y sin embargo los personajes ni han cambiado, ni han evolucionado y están en el mismo lugar.
Previsible es que algunos de los que forman el grupo tendrán que ir cayendo como es preceptivo en el género para que al final quede la pareja protagonista, aunque en este caso con sorpresa y rompiendo las reglas con respecto al sheriff en su nuevo estado que no ataca a quien debe sino a los suyos.
Por otra parte los vampiros son tan inteligentes que queman todos los móviles del pueblo antes de atacar para dejarlo totalmente incomunicado.
Por muy fantástico que sea el argumento hay demasiados cabos sueltos, demasiada sangre, demasiada violencia y demasiados efectos especiales, con diálogos superficiales, tópicos y bastante absurdos.
Si bien el británico Dave Slade sorprendió con su ópera prima, Hard Candy (2005), sobre la pederastia, ésta su segunda cinta no ha sido capaz de sacarla adelante haciendo una rutinaria película de vampiros en la que tampoco los actores aportan la suficiente calidad a su trabajo como para salvarla.
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