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CRITICA
Por: PACO CASADO
A poco de comenzar el rodaje de esta película fue llamado Peter Hyams para sustituir a su excéntrico director Marcus Nispel.
Esto puede servir de excusa del escaso resultado obtenido por un profesional como éste capaz de films como Capricornio Uno (1977), Atmósfera cero (1981), Los jueces de la ley (1983) o Testigo accidental (1990).
Bien es verdad que también ha hecho otras cintas de escasa entidad, entre las que se puede incluir ésta.
El argumento está basado en que la cifra apocalíptica de la Bestia está al revés y en lugar de ser 666 es 999, lo que coincide con el final del milenio, en cuya última noche el Diablo inseminará a una doncella que engendrará a quien pondrá fin a los días en este mundo.
En el prólogo se nos da la noticia del nacimiento de esta chica en 1957, Christine, y que el Vaticano se ha puesto en su busca.
Un expolicía alcohólico, a punto del suicidio, desengañado y amargado, por haber perdido a su esposa y a su hijo, se tropieza con la chica y la defiende de unos atracadores y posteriormente también del Diablo, de una secta vaticana empeñada en matarla para que no se cumpla la profecía y mil peligros más.
Con este tipo de películas ocurre como con las de ciencia ficción, en las que los guionistas ponen las normas y se sacan las reglas de la manga para hacer lo que quieren sin la menor lógica a la que agarrarnos.
El film tiene fallos tan ilógicos e incomprensibles como que el Diablo, con todo su poder y saber, tenga que mortificar al policía para conocer el lugar donde tiene escondida a Christine. Esto es sólo un ejemplo, tan absurdo como que cualquier mortal se enfrente a él por muy Arnold Schwarzenegger que sea.
De lo que se trata es de enlazar una serie de efectos especiales, bien realizados, en una trama alargada en exceso y con un Schwarzenegger que no va a ser nominado al Oscar por su interpretación, desaprovechando a otros grandes actores como Gabriel Byrne o Rod Steiger.
Peter Hyams se dedica a enjaretar lo mejor que puede este desafuero, lleno de tópicos, que acumula un absurdo tras otro, para que pueda ser exhibido en una pantalla, pero nada más.
Ganador del premio Bogey alemán.
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