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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hollywood, siempre falto de nuevos argumentos que llevar a la gran pantalla últimamente, con frecuencia se basa en novelas que han sido éxitos de venta o que fueron premiadas por la crítica.
Así a lo largo de la historia multitud de producciones se basaron en la buena literatura cuando ésta es factible de ser trasladada al cine y así ocurre algunas veces con esas llamadas novelas río en las que se describe la vida de varias generaciones y en las que suelen ocurrir muchas cosas, lo que supone un gran entretenimiento para el lector primero y el espectador después al ser convertida en imágenes.
Así ocurre con 'El jilguero' (2019), la película que comentamos que extrae su título del cuadro así llamado, cuyo guion está basado en la novela de 784 páginas escrita por Donna Tartt, que fue ganadora del Premio Pulitzer de ficción de 2014 y de la Medalla Andrew Carnegie a la excelencia en ficción.
Otros tantos trofeos merecería por nuestro lado la versión que de ella se ha hecho por parte de John Crowley, director irlandés, que hace con éste su sexto largometraje con la buena adaptación que ha hecho de la novela citada el guionista Peter Straughan, del que ha sacado un buen provecho para lograr una obra muy interesante en muchos de sus aspectos.
Lo que se cuenta tanto en el best seller como en el film es la historia de Theodor Decker, un chico que a los 13 años perdió a su madre en una explosión que hubo debida a un atentado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Durante ese hecho conoció a Pippa, una chica de su edad, que iba acompañada de su tutor, quien le recomienda que se lleve el pequeño cuadro pintado al óleo en 1654 conocido como El jilguero del pintor holandés Carel Fabritius, que tiene un gran valor para que no se pierda, le da su anillo y le pide que se lo lleve a la casa de antigüedades de Hobbie, que es su socio, con el que hace amistad, pero no le entrega la pintura que guarda cuidadosamente entre sus cosas.
Tras quedarse huérfano, ya que su padre, que es actor, los abandonó unos meses antes, es acogido por la adinerada familia de un compañero de clase, Andy Borbour, que vive en Park Avenue, cuya madre, Samantha, lo considera como a uno más de sus tres hijos, Platt, Kitsey y Andy.
Así comienza esta historia cuyo desarrollo es sumamente entretenido y muy interesante, lo que hace que la atención del espectador no decaiga ni un solo minuto.
No está contada de forma lineal, ya que en algún momento entra en la acción Larry, su padre, que se lo lleva a Las Vegas, donde conoce a un chico ucraniano de su edad, Boris, que no es una gran influencia, con el que vive una existencia diferente.
El interés de esta cinta está en su notable historia ya que salvo Nicole Kidman, Jeffrey Wright y Luke Wilson, el trabajo principal recae en los actores jóvenes que apenas son conocidos, tanto los que interpretan a los personajes de pequeños como ya de adultos, que hacen todos una notable labor en este sentido.
En cuanto al guion debería haber contado esta historia de dolor, culpa y redención por derecho, de forma lineal, como la novela, en lugar de usar los flash backs que no le benefician en nada.
La película tiene una buena ambientación en los distintos momentos en que se desarrolla su relato, a lo que contribuye la bella fotografía del veterano ganador de dos Oscar Roger Deakins.
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