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CRITICA
Por: PACO CASADO
El director Robert Parrish, que ya nos había mostrado su dominio de la técnica cinematográfica en Llanura roja (1954), vuelve a hacernos un alarde de puro tecnicismo en tomas y paisajes de gran belleza visual, pero no nos ofrece una cinta lograda por culpa de un guion demasiado pueril y falto de calidad narrativa.
Tony y Félix, que tienen un pequeño barco con el que navegan por el Caribe haciendo algunos trabajos, pasándolo bien mientras beben durante la travesía, que un día acceden a llevar a otra isla a la bella Irena, de la que ambos se enamoran y debido a ello se rompe su amistad y su asociación.
Tony se enrola en un carguero y tras un accidente en el que el barco se incendia, queda atrapado debajo de la cubierta y sólo Félix, a quien ahora odia y ha jurado matar, le puede prestar su ayuda y salvar su vida, cuando apenas queda tiempo para ello.
La película tiene dos partes muy diferentes, la primera es un triángulo amoroso y la segunda es pura acción.
Fue rodada en los escenarios naturales de Puerto Rico, Tobago, Trinidad y nos ofrece los encantos de estas islas con una bella fotografía en CinemaScope y Technicolor de gran calidad plástica de Desmond Dickinson, que unida a una música adecuada, nos sacan del sopor en que nos hunde su reiterativo argumento de una monotonía que abruma, a pesar de estar extraído de la novela de Max Catto.
El film tiene bueno su comienzo y su final, y si el interés que posee en esos dos momentos se hubiera mantenido a todo lo largo del relato, se hubiera conseguido una gran cinta, pero al no lograrse, todo queda a medias.
Rita Hayworth está pasada, no pudiendo sacar a flote con decoro su feo personaje.
Los demás actores están bien a secas, con buenos secundarios como respaldo.
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