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CRITICA
Por: PACO CASADO
Después del inesperado éxito conseguido con Acorralado (1982) en que se dio a conocer a Rambo, el personaje tenía tanta fuerza que se erigió en el auténtico protagonista en la siguiente y así vino una segunda parte, ya con el título de Rambo: Acorralado parte 2 (1985), y ahora nos llega esta tercera, en la que a cada paso adelante que da la serie se aumenta aún más la espectacularidad de sus escenas.
Si en la primera el personaje combatía por su integración en una sociedad que le rechazaba tras su lucha en la guerra de Vietnam, y en la segunda lo hacía por su patria, en esta tercera, Rambo se ha retirado y está conviviendo con una comunidad religiosa ayudándoles a construir un templo, pero su mentor y amigo el coronel Sam Trautman, le pide que le acompañe a realizar una misión en Afganistán, y al negarse, el propio coronel la lleva a cabo, pero pronto cae prisionero, y entonces se siente en la necesidad y la obligación de liberar a su amigo.
Aquí habría que decir aquello de que Rambo cabalga de nuevo, y nunca mejor dicho, porque hasta los caballos tienen algo que ver en estas nuevas aventuras del famoso personajes que llevó incluso a la rambomanía a los norteamericanos y también a los públicos de otros países.
En este caso la carga política se ha dejado un poco de lado siendo sustituida por el tema de la amistad, que hace que la máquina de guerra que es Rambo se ponga nuevamente en movimiento y debido a ello no falta ni un sólo minuto en que no haya una escena de acción, por lo que no se le da respiro al espectador, aunque en muchos momentos se eche mano de recursos inverosímiles con tal de favorecer al espectáculo en este comic fílmico de lujo.
La película inició su rodaje al mando del realizador australiano Russell Mulcahy, siendo sustituido al poco tiempo de comenzar por el británico Peter McDonald que ya había sido director de la segunda unidad de los títulos precedentes, debutando así con éste en su primer largometraje, un cineasta al que se le da bien esta clase de cine.
Para el caso da igual, ya que su misión no es otra que la de servir con la máxima espectacularidad posible y con la gran cantidad de millones que tiene para ello, a un endeble guion en el que todo es puramente convencional, en el que las armas puestas en las manos de Rambo surgen como por arte de magia, para llevar a cabo la destrucción total de todo lo que se le ponga por delante en favor del espectáculo, lo que también ocurre de forma masiva con cuantos enemigos surgen a su paso, todo ello envuelto en la sugerente música de Jerry Goldsmith que subraya con sus notas la fotografía de John Stainer de las espectaculares secuencias bélicas.
Premio BMI a la música de Jerry Goldsmith.
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