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CRITICA
Por: PACO CASADO
Basado en una novela de Alan Le May, el autor de Centauros del desierto (1956), esta película narra la dramática historia de una joven mestiza que se convierte en el eje del conflicto de una familia de granjeros y los indios kiowa.
Un jinete llega a un pueblo de Texas para desvelar que Rachel, la hija de los Zachary, es en realidad una india que hace años fue recogida a la muerte de sus padres durante una batalla.
Ello provoca una guerra entre la familia y la comunidad india por recuperar a la chica.
Todo ello se desarrolla en un contexto de pasión y de violencia que hace de ello un film polémico donde late, en cualquier caso, un mensaje antirracista que ya empieza a hacer habitual en el western en estos momentos.
Fue precisamente el debut de John Huston en este género y consiguió, indudablemente, una obra destacada que se sitúa entre las mejores de su filmografía.
Aquí tenemos un western, pero no uno al uso, sino más bien la crónica rural de una familia y un grupo de pioneros, en cuya comunidad se viene a dar el problema racial con toda su crudeza y complejidad.
Huston, en definitiva, estudia lo que ocurre entre estos anglosajones, cuando un día resulta que tienen con ellos, formando parte de la familia, a un india, que fue adoptada cuando era una niña tras el asesinato de los suyos a manos de los hombres blancos.
El descubrimiento de su origen por los nativos, que vienen a reclamarla, crea una situación insostenibles.
El desgarro y la conmoción no afectarán sólo a la familia, sino también a toda la comarca, y las consecuencias serán totales, o sea, el rechazo o la aceptación de esta muchacha india, sin términos medios.
Realizada con dominio y brillantez, Huston aborda el problema no en tono estudioso, no en sus coordenadas sociológicas o históricas, sino en el plano en el que suele desenvolverse, o sea en el aspecto mítico y en la leyenda.
Por eso en su cinta hay personajes alucinados y visionarios, otros en cambio son de una pieza y por ello la historia respira de un modo nada natural.
La simpatía por un personaje central se ve casi totalmente compensada por el uso de la mirada de muerte del jefe indio.
El guion de Ben Maddow tiene una indudable calidad por sí mismo como argumento extraído de su propia novela antes de ser traspasado a las imágenes en el que una anécdota fuerte sirve de base, rodeada por personajes rotundos, claros, añosos como viejos robles y secos como la llanura.
Aquí se mantienen las reglas del western clásico al tiempo que plantea un tema nuevo como la intolerancia racial siendo crítico con sus predecesores.
El director sabe dar su toque a las escenas y compone una película de altura, donde los fallos de ritmo o de algunos personajes que están poco justificados apenas empañan un conjunto admirable que viene a demostrarnos cómo el declive que sufre Huston ante la crítica recientemente tuvo mucho de moda injustificada y sin lógica, recuperando con este film el lugar que verdaderamente le corresponde.
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