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CRITICA
Por: PACO CASADO
Nos da alegría poder escribir sobre una buena película norteamericana del Oeste, pero al mismo tiempo es tristemente gozosa, porque es de las pocas que hemos podido ver en el desolado panorama de programación que no está ofreciendo la presente temporada de estrenos.
Ray Milland, el veterano y estupendo actor inglés, se ha comprometido a la gloriosa pero difícil tarea profesional de director de cine y afortunadamente se ha apuntado un notable éxito con éste su primer título como tal detrás de las cámaras.
Cuenta la historia de Wes Steele, un pistolero que en medio del desierto encuentra una diligencia que ha sido objeto de un asalto, tras el cual han matado a todos los pasajeros.
Después de tomar uno de los caballos del tiro, se dirige al pueblo más cercano para dar parte del crimen, pero sorprendentemente es acusado de ser él el autor y de haber matado al banquero de la ciudad.
El único apoyo lo encuentra en Gil Corrigan, el sheriff, un hombre enfermo que vive con Nadine, su hija, que lo acogen en el sótano de la casa.
Antes de entrar de lleno en el juicio crítico hay que considerar en darle el valor que tiene, ya que dos de los mejores westerns estrenados últimamente en nuestra ciudad, nos referimos a 'El hombre de Kentucky' (1955) y 'Un hombre solo' (1955), han sido dirigidos por actores famosos como Burt Lancaster y Ray Milland, respectivamente.
Y ahora vamos a lo que es nuestra obligación.
Nos ha gustado 'Un hombre solo' (1955) por muchas razones.
Por su argumento sencillo, pero muy humano, por su estupendo guion en suave progresión después de un arranque formidable que es de lo mejor del film y por su dirección.
Hay que decir que nos quedamos sorprendidos cuando comprobamos que este director novel, domina todos los recursos del oficio y, sobre todo, el ritmo, el tempo, el montaje.
Sabe graduar desde el más mínimo movimiento de los actores hasta el más vulgar plano correspondiente.
Es de admirar también por la fotografía de Lionel Lindon, el genial fotógrafo de 'Vivir un gran amor' (1955) de Edward Dmytryck, pero también el mediocre de 'La casa grande de Jamaica' (1953).
Destaca igualmente la música de Victor Young, el compositor de 'Sansón y Dalila' (1949), de Cecil B. de Mille y 'Raíces profundas' (1953), de George Stevens.
Y finalmente por su interpretación en la que no hay más que comparar y contrastar a Ray Milland y Arlene Dahl en 'La casa grande de Jamaica' (1953) dirigida por Lewis R. Foster y cómo están en esta cinta Milland y Murphy y sacar conclusiones.
Por último nos ha gustado su ideología, profunda y edificante, aunque quizás demasiado impregnada de la tajante distinción entre los buenos y los malos.
Desilusiona en cambio el final, que creemos está forzado para dar un desenlace grato a la mayoría de los espectadores.
No es que sea el clásico final feliz, porque incluso en él hay una moraleja que no se debe desdeñar, pero sí va un poco en desdoro de la calidad final.
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