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CRITICA
Por: PACO CASADO
Desde que en 1963 naciera el primer film sobre el famoso diamante así llamado y Fritz Freleng creara el monigote que tan célebre se ha hecho en multitud de dibujos animados, se han realizado siete películas sobre el Inspector Clouseau, algunas de ellas incluso ganando batallas después de muerto, como el Cid, ya que tras fallecer Peter Sellers, se hizo una con recortes y descartes de las cintas anteriores y una última en la que ya ni siquiera aparecía el cotizado y despistado inspector.
Charles Dreyfus se encuentra un día con Jacques Gambrelli, un hombre que le recuerda mucho a su odiado inspector Clouseau, que materialmente lo volvió loco, y es que se trata del hijo de Clouseau.
Ahora Blake Edwards, con esta octava entrega de la serie, vuelve a insistir con un nuevo capítulo en el que se repiten las mismas características y circunstancias de los títulos precedentes, pero se inventa un hijo secreto de Clouseau que hará las mismas gansadas y tendrá idénticos despistes que su padre, en los que engarzar un gag detrás de otro para tratar de hacer reír al respetable.
Aquí se ocupa de rescatar a una princesa árabe por la que se pide un fuerte rescate y que el padre de la chica abandone el poder del supuesto país.
Pero en definitiva el argumento y la acción es lo de menos, lo importante es la inspiración de los guionistas para volver a recrear situaciones cómicas y divertidas para el espectador.
A Roberto Benigni, actor italiano poco conocido en nuestro país, que nos recuerda por su aspecto físico a Stan Laurel, le va bien el papel de despistado gendarme ascendido a inspector.
El punto de nostalgia lo ponen una madura, pero aún guapa, Claudia Cardinale, que ya intervino en el primer film de la serie y que aquí es la madre del nuevo agente, y Herbert Lom que continúa siendo el jefe Dreyfus.
Si no se le pide demasiado se puede uno divertir con algunos gags y recordar la inolvidable música de Henry Mancini.
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