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CRITICA
Por: PACO CASADO
Con frecuencia se suele decir, cuando un autor llega a la madurez y dentro de ella a una edad avanzada, que cada última película que realiza es su testamento, donde legará todo cuanto tenía pensado sobre el tema o como resumen de su obra.
Tal vez esto se haya dicho más de una vez de Luchino Visconti, uno de los más importantes realizadores italianos, máximo cuando estuvo a las puertas de la muerte tras terminar 'Luis II de Baviera, el rey loco' (1973) que, según dicen, la montó en la cama, postrado por el dolor.
Tanto en esta como en las que le precedieron Muerte en Venecia (1971) y El gatopardo (1963), Visconti vuelve a tocar el mismo tema, enriqueciéndolo a cada nuevo film que realiza: la soledad de la persona, la decadencia y la destrucción del hombre, la muerte de un mundo y al mismo tiempo de una sociedad en que vive, anquilosada en las mismas estructuras que no pueden ser eternas.
Así ocurría con 'El gatopardo' (1963), reflejando una clase social elevada que se derrumbaba, perfectamente conocida y reflejada por él porque es su clase.
Esa misma decadencia y soledad era la que hacía presa en Luis II y en el tímido e introvertido profesor de 'Muerte en Venecia' (1971) cuyo comportamiento tanto había dado que hablar.
Ahora el querido tema le da pie para tratarlo de nuevo.
Es aquí un anciano profesor, maduro, con su drama íntimo, anclado en su mundo impenetrable, que cree perfecto, en el que se encierra como el caracol en su concha, rodeado de libros viejos, cuadros de gran valor y todo cuanto constituye su cultura que han forjado su propio pensamiento, su formación, su particular forma de ver el mundo que un día es invadido por seres que vienen de fuera, que poseen una forma de pensar y de actuar con una fuerza que él ya ha perdido, que es debida a la juventud.
El choque es fuerte, a veces violento, y en la lucha saldrá mal parado con este contacto humano.
Es una lucha entre generaciones en la que la más joven pide paso con toda la fuerza que le da su derecho a hacer su nuevo mundo.
Pero este hombre, que se siente solo, únicamente refugiado en esos pilares de la cultura, olvida por completo que fuera, en el exterior de su antiguo piso, cuando abre las ventanas, hay otro mundo en constante evolución, otros hombres que laten, que viven día a día en constante lucha por la vida, por sus ideales y su misión en este mundo.
Un día nuestro querido profesor tendrá que enfrentarse a ese nuevo mundo, conducido por una juventud deseosa de ocupar el lugar que le corresponde y que trata por todos los medios de lograrlo por la fuerza, con el empuje y ánimo que le dan sus años mozos.
Entonces el enfrentamiento se producirá de manera dolorosa al ser el anciano el que se va enquistado en su soledad, en lo más íntimo de su ser.
Visconti nos da esa lucha de dos formas: una material en el contraste de los dos pisos, el clásico del profesor y el moderno y funcional del gigoló de la Condesa y sus hijos.
Por otro lado de manera ideológica en los enfrentamientos y conversaciones que mantiene este grupo de familia en el interior, como alude el título original de esta cinta, que incluso llega a la violencia física.
En esa lucha el profesor se lleva la peor parte y le marcará para el resto de su existencia.
De todos es conocido el especial interés que pone Luchino Visconti, un esteta por naturaleza, de exquisito buen gusto, en la construcción de los decorados y del vestuario en sus películas ya que son como el alma y la vida de sus personajes, como el escaparate donde exponer sus propios pensamientos e interioridades.
Hombre refinado de una gran cultura, de exquisita delicadeza, cuida este aspecto al máximo, con una perfección suma.
Film realizado en la misma línea que Muerte en Venecia (1971), pero con más ritmo que aquella, con el tono preciso que necesitaba, marcado por la excelente partitura de Franco Mannino y la bellísima fotografía en color de Pasqualino de Santis.
Una vez más echa mano de sus actores preferidos con los que ya ha trabajado en otras ocasiones, desde el veterano Burt Lancaster, que lo hizo en El gatopardo (1963), a Silvana Mangano que la utilizó en Muerte en Venecia (1971) o Helmut Berger en 'Luis II de Baviera' (1973), un actor que ha dado a sus órdenes los mejores papeles y que se suele abandonar cuando actúa para otros directores.
Cinta redonda y completa que muchos han dicho que era su testamento porque encuentran en ella algunos aspectos que pueden coincidir con la propia biografía del director, aspecto éste que Visconti ha negado de forma rotunda.
La película parece haber sufrido algunos leves cortes o modificaciones en los diálogos referentes a España, que no creemos que sean fundamentales para la comprensión total o que dañen al conjunto de la obra.
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