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CRITICA
Por: PACO CASADO
El fondo sobre el que se desarrolla la relación entre Madame Rosa y el pequeño Mohamed, es la novela de Roman Gary, que aún siendo de naturaleza social y prestándose al análisis de esas gentes que sobreviven con dignidad, incluso con garbo, al margen de la sociedad, no adquieren en la película especial relieve desde el punto de vista temático.
Es el mundo interpersonal de la mujer y el niño el que acapara cuidadosamente la casi totalidad del relato.
En medio de un ambiente aparentemente refractario a los sentimientos nace y crece un amor intenso capaz de desafiar a la propia muerte.
En él se engarzan, a modo de variaciones sobre el mismo tema central, los celos de amor y de bondad de las pequeñas gentes a las que solemos negarles la capacidad de poseer afectos puros y simples.
Ahí está Madame Lola, la negra prostituta ofreciendo su ayuda sin pedir nada a cambio, el anciano inquilino que, después de habitar veinte años en el mismo inmueble sin mediar con Madame Rosa otra cosa que el saludo en la escalera, siente la necesidad de visitarla llevándole un ramillete de flores; Monsieur Ameder, el propietario de los mejores cincuenta metros de acera de Pigalle, pero escribe a su viejecillo de África contándole los progresos que hace en los estudios; el preceptor árabe de Momo; el médico y así podríamos seguir enumerándolos a todos.
Al lento y sereno crepúsculo de Madame Rosa, corresponde, en sentido inverso, el problemático despertar a la vida y a las exigencias del amor de Mohamed.
El último refugio de Madame Rosa, cuando la vida se apaga, son sus raíces, ese sótano al que acude en sus noches de pesadilla, y el afecto, adulto y filial a un tiempo, de Momo.
La raíz del muchacho es precisa y casi exclusivamente Madame Rosa.
Y por encima de cualquier norma social permanece su mutua fidelidad: Madame Rosa le mentirá a Momo para evitar que les separen, del mismo modo que el pequeño se inventará un viaje a Israel para salvarla del hospital y quedarse con ella más allá del final.
No sería justo acabar este comentario sin hacer referencia a la sólida presencia de Simone Signoret en el papel de Madame Rosa.
Es cierto que su trabajo ha desplazado el protagonismo que la novela le atribuye al niño hacia ella misma, pero no importa ya que logra una magistral labor.
Por otra parte queda la impresionante lección de amor y eso es lo importante.
Moshe Mizrahi es un director muy internacional, nacido en Alejandría, Egipto, emigrado a Israel y formado cinematográficamente en Francia, que ha rodado hasta el momento cinco largometrajes de los que conocemos 'Rosa, te amo' (1972), un film realizado en su etapa israelita no exento de interés.
Con Madame Rosa consiguió el Oscar a la mejor cinta en habla no inglesa, que está llena de sensibilidad y buen hacer que se constituye en su mejor logro hasta el momento.
La historia no es nueva: una vieja y solitaria mujer, antaño bella, se dedica a cuidar niños que las prostitutas de París le dejan en custodia, como compañeras del oficio que Madame Rosa ejerció en su juventud.
De entre los pequeños destaca Mohamed o Momo, un chico que roza la decena de años y de fuerte personalidad.
La atracción sincera y abierta entre el niño y la mujer, entre la experiencia y la vida que empieza, forman el eje de una película aguda y entrañable en su descripción de un mundo marginado.
Son ellos los que forman el telón de fondo del mundo en el que viven Madame Rosa y Momo, marginados por raza, religión, profesión o pobreza y así, judíos, árabes, prostitutas, viejos o niños, se siente unidos en una flaqueza común universal.
Film sencillo que cuenta con una excelente interpretación en general.
Oscar a la mejor película extranjera. César y David de Donatello para Simone Signoret. Premio de la National Board of Review y de los críticos de Los Angeles al mejor film extranjero.
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