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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el cine norteamericano actual es frecuente que los éxitos de una primera película se prologuen a lo largo de diversas entregas con las que continuar la historia, sintiéndose el publico identificado con los personajes y sabiendo que lo que le van a ofrecer es de su agrado.
La idea de esta serie partió de un hecho real al escuchar el productor en una televisión de Los Angeles el caso de un chico de 9 años quien tenían amedrentado los matones de su escuela y suplicó a sus padres: "soy el más pequeño de la clase y me pegan todos los días, tenéis que enseñarme a luchar para defenderme."
La madre lo inscribió en una escuela de karate que había cerca de su hogar y al final llegó a ser cinturón negro.
Daniel decide no presentarse al campeonato de karate.
Su vulnerable maestro también está de acuerdo.
Pero sus enemigos están dispuestos a vengarse y le obligan a participar con objeto de arrebatarle el título.
Ante lo hecho consumados, el maestro Miyagi le ayudará para poner en su sitio a los malvados.
Ocurre que estos relatos que a veces se van debilitando, que los actores se cansan de hacer el mismo personaje, los guionistas agotan su imaginación para crear nuevas aventuras y al final la serie termina por desaparecer porque no da para más.
Posiblemente esta continuidad sea debida a veces que se mantenga a lo largo de toda la serie el mismo director, y por supuesto, algo fundamental, que los principales actores sigan encarnando a los mismos personajes.
En este sentido Karate Kid mantiene estas características que creemos son necesarias, sobre todo a la hora de hacer un cine espectáculo que al mismo tiempo, como ocurre aquí, ofrece también un cierto trasfondo moral en las enseñanzas, elementales pero válidas, que le da el viejo maestro a su joven alumno, que a veces se deja llevar, debido a su inexperiencia, y termina teniendo que volver al seno de su experimentado y veterano profesor.
John G. Avildsen que consiguió el éxito ya en la primera, en la que Pat Morita fue nominado al Oscar, no quería continuar con la serie, pero se vio cautivado, poco a poco, por la humanidad y la belleza de la historia y terminó dándole nuevamente su toque personal para contar esta otra entrega.
Miyagi vuelve a su casa en los Estados Unidos tras regresar de Okinawa y Daniel LaRusso se hace socio con él para poner una tienda de bonsais con la que ganarse la vida sacrificando sus estudios universitarios.
Pero alguien, ambicioso de poder y fama, hace que se inscriba de nuevo en el campeonato de karate para poner en juego el título, para lo que le hará la vida imposible.
Cae en la trampa y es entrenado de manera asesina ante la negativa del maestro a usar el karate para otra cosa que no sea la defensa del honor y de la vida, ya que cuando es para ganar un trofeo no tiene ningún significado.
No hay que poner nunca la pasión por delante de los principios, dice Miyagi.
La película posee una bonita historia en la que no faltan el amor del protagonista por una nueva chica, los buenos sentimientos y enseñanzas prácticas ante la vida, en contraste con la ambición y malas artes de sus enemigos a los que, como es de esperar, vencerá en el combate final.
Avildsen usa hábilmente de los enfrentamientos de karate para que no sobresalgan demasiado y no cansen al espectador, pero a cambio pongan momentos de tensión y emoción en un relato pacífico y tranquilo que vuelven a interpretar en los principales papeles Ralph Macchio y Noriyuki Pat Morita y para los que ha compuesto la música, una vez más, Bill Conti.
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