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CRITICA
Por: PACO CASADO
Robert Aldrich es un gran director, de los veteranos del cine de Hollywood, que ha dedicado una buena parte de su abundante filmografía al género del western, como ya se podía apreciar desde una de sus primeras películas Apache (1954) a la que han seguido otros títulos hasta esta 'El rabino y el pistolero' (1979), que hoy criticamos.
Y como en el resto de su cine, también en el género del Oeste se muestra Aldrich, una vez más, a contracorriente, al mismo tiempo que realiza un cine de tipo comercial que suele ser bastante rentable por lo general.
Si ya en Apache (1954) fue uno de los primeros films en los que se hacía una defensa del indio en el cine, en Veracruz (1954) presentaba el tema de la revolución mexicana, que con posterioridad siguieron otros muchos, o en La venganza de Ulzana (1972) rechazaba el tópico que estaba tan de moda en aquellos años sesenta del indio bueno y el blanco malo.
En esta nueva cinta suya, Robert Aldrich plantea una comedia del Oeste situada en el año 1850 un tanto extraña, con un protagonista que no es muy habitual en el género, el de Awram Belinski, un torpe rabino polaco que ha viajado a los Estados Unidos para unirse a la comunidad judía, y a su llegada es secuestrado.
Posteriormente a lo largo de la trama nos presenta su preregrinar por todo el país y en su camino llega hasta el viejo Oeste y posteriormente a la ciudad de San Francisco para realizar su misión de dirigir una sinagoga que hay allí establecida.
Durante el trayecto que tiene que recorrer sufre el ataque de los indios que casi lo asan en la hoguera y los forajidos que lo asaltan y a poco si lo matan.
La película tiene una narrativa un tanto brusca, como si estuviera montada de una forma algo descuidada, alternando largas elipsis con escenas plenamente detalladas y con una cierta supeditación a la personalidad del actor Gene Wilder, que en esta ocasión está, de todas maneras, mucho más contenido y más patético que en sus trabajos que anteriormente había hecho bajo la dirección de Mel Brooks.
Estamos pues, ante un western sin raíces, con un cuadro extraño y no habitual en este género, lo que se confirma plenamente en la escena final, con el típico duelo que aquí está planificado y filmado de una manera completamente distinta, para terminar completando un film poco redondeado por este gran director que es Robert Aldrich, que en otras ocasiones ha estado más acertado que esta vez, no obstante, logra una obra nada despreciable por supuesto.
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