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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hay al menos más de media docena de películas en las que de alguna manera aparece la figura de Alfonso Capone, conocido también como Cara cortada, uno de los gángsteres más legendarios y famosos de la historia de la delincuencia de Chicago en los Estados Unidos, y uno de los más infames de todos los tiempos. Nació el 17 de enero de 1899 en Brooklyn, Nueva York, y falleció el 25 de enero de 1947 en Palm Island, en Miami Beach, Florida a los 48 años de edad debido a una bronconeumomnia.
Hay al menos dos de ellas, además de algún documental, que se ocupan directamente de su figura, las tituladas Capone (1975) de Steven Carter, con Ben Gazzara como Capone y Sylvester Stallone como Frank Nitti, pero sobre todas ellas Al Capone (1959), de Richard Wilson, con un fabuloso trabajo de Rod Steiger incorporado al famoso gángster.
Ahora nos llega de nuevo otro film 'Capone' (2020), un biopic que se ocupa en este caso no de su etapa más brillante como gángster, sino de los momentos finales de su vida, cuando a sus 47 años, tras salir, bajo la supervisión del gobierno, de la cárcel de Alcatraz a donde había sido condenado por evasión de impuestos en lugar de los muchos crímenes cometidos, donde permaneció durante diez años, comienza a sufrir una especie de demencia que hace que no se acuerde de dónde escondió diez millones de dólares, cuando estaba en un momento sin dinero, teniendo que vender sus pertenencias y muebles de su fabulosa y decadente mansión que tenía en Palm Island, en Florida, donde murió al año siguiente tras padecer esa afección traumática.
En ese tiempo recibe la visita de su amigo Johnny Cicolini y las llamadas de Tony su hijo ilegítimo, de 18 años, desde Cleveland, que sólo su esposa Mae conoce, mientras tiene incontinencia, sufre pesadillas y obsesiones sobre fiestas, asesinatos que les atormentan y un niño con un globo que posiblemente represente a su hijo ilegítimo al que no ve desde hace tanto tiempo, para terminar dándole un ictus que le paraliza parte del cuerpo.
El guion de este drama criminal autobiográfico peca de falto de intriga, de mezclar la realidad con algunos momentos de recuerdos y otros de fantasía o delirio de forma un tanto desordenada lo que hace que la narración sea algo confusa o poco clarificadora, cuando su figura daba para un mayor lucimiento aunque no se centre en su etapa más lúcida y brillante como delincuente, sino en la que encontramos a un hombre enfermo, imposibilitado en muchos momentos, necesitado de asistencia y afectado por los males que padece desde que era joven como la sífilis.
Es un hombre solitario, falto del poder que había ostentado durante su vida en libertad, antes de caer en prisión, que ha perdido a casi todos sus amigos, obsesionado con su pasado delictivo y sus crímenes cometidos, de lo que se ocuparon los dos títulos antes citados, mientras que este es más bien un drama psicológico sobre su persona.
En su enfermedad es atendido por Mae, su esposa, su hermano Ralphie y su hijo Sonny a los que a veces se enfrenta en sus arrebatos de delirio.
La extravagante actuación del actor británico Tom Hardy es un tanto caricaturesca del famoso enemigo público número 1, enfermo en los últimos día de su vida que parece un zombi viviente.
Desaprovechada la actuación de Linda Cardellini como Mae Coughlin, su esposa, por su corto papel, y discreto Matt Dillon como Johnny.
La dirección del cineasta canadiense Josh Trank, que procede del género de los superhéroes,para este su tercer largometraje, no siempre acaba de funcionar bien.
Quien piense ver una película de acción sobre el gángster Capone se va a encontrar un enfermo, por lo que puede salir defraudado.
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