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CRITICA
Por: PACO CASADO
El grupo de películas que en los años cuarenta ofrecían las biografías de los grandes compositores clásicos llegaron casi a constituir todo un género.
Y no es precisamente éste el más fácil de llevar a la pantalla. Aquí es el compositor alemán Ludwig van Beethoven el centro y eje de este relato, pero no se ha pretendido ofrecer su biografía, sino que se han elegido sólo los últimos momentos de su vida, cuando ya sordo y atormentado, abandonado por su familia, el músico muere y su albacea descubre en su testamento que sus bienes se los deja a quien considera su auténtico amor inmortal.
Con este aspecto y con un carácter poco menos que de film policiaco, su amigo Anton Schindler investiga para averiguar quien es la verdadera poseedora de la herencia.
En este sentido juegan un papel importante las mujeres que influyeron de alguna manera en los postreros años de su vida, su cuñada Joana (Johanna Ter Steege), la condesa Julia Guicciardi, alumna de Beethoven (Valeria Golino) y la condesa Anna Marie Erdody (Isabella Rossellini).
Pero con todo, lo más interesante de la cinta es la reconstrucción de la época en decorados, vestuarios y ambientación y muy especialmente la excelente selección que hace de las mejores obras del genial sordo, el maestro Georg Solti, con fragmentos de las Sinfonías Tercera, Quinta, Sexta y Novena, Patética, Misa Solemne, Claro de Luna y Concierto Emperador.
Por lo demás el trabajo de los actores no llama la atención en ningún sentido, ni por bueno ni por malo, como igual ocurre con la dirección de Bernard Rose (La casa de papel, Candyman), más preocupado de otras cosas.
Por estos aspectos la película puede gustar a los melómanos y menos a los amantes del séptimo arte.
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