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CRITICA
Por: PACO CASADO
Mucho ha tardado el avispado Jerry Bruckheimer en hacer la secuela de la muy rentable 'Dos policías rebeldes' (1995).
En ocho años ha tenido lugar de volver a convencer a los dos actores protagonistas y al director para que repitan la hazaña, esta vez más larga y con más persecuciones, tiroteos y efectos especiales que la anterior, en una sencilla historia de tráfico de drogas en la que se ven envuelto de nuevo Marcus Burnett y Mike Lowrey, son los dos policías de narcóticos más conflictivos de Miami, el primero algo cansado de tantos disparos y el otro aún con ganas de marcha, fiestas y chicas, llegando a enamorarse de Syd, la hermana de su compañero, que es una agente de la DEA infiltrada, lo que le saca aún más de sus casillas.
Esta vez disponen de 72 horas para confiscar un alijo de heroína robado delante de la propia comisaría.
Ambos son metidos en un grupo de élite para desarticular una trama de diseño de pastillas de éxtasis que trafica desde Florida con un cartel de droga cubano y todo el entramado de la droga en Miami, siendo el señor del tráfico Hector Juan Carlos Tapia conocido como Johnny, cuyo clan para controlar el tráfico de drogas de la ciudad ha desencadenado una guerra clandestina, que es el personaje cubano que interpreta el actor catalán Jordi Mollà, que ya hizo de un narcotraficante en 'Blow' (2001), que fue su primera incursión en el cine de Hollywood.
Con un presupuesto de 110 millones de euros ha reunido de nuevo al trío compuesto por el director Michael Bay y los actores Will Smith y Martin Lawrence, que han obtenido una gran notoriedad gracias al éxito conseguido por la primera entrega.
Lo mejor que tiene esta película es que no engaña a nadie, ya que todo el que va a verla sabe lo que va a contemplar, si conoce mínimamente de lo que es capaz su director Michael Bay, especialista en films de acción, o si tiene referencias de la primera, esta vez más chistosa, con más coches destruidos, lujosas casas que saltan por los aires, persecuciones imposibles, efectos digitales, planificación en corto, montaje frenético para dar más agilidad a la acción, con más minutos de lo habitual, lo que a pesar de todo no pierde demasiado el ritmo y con una música más ruidosa.
Las secuencias de persecuciones son técnicamente impecables, pero el resultado global no pasa de ser mediocre.
Premio BMI para la música de Trevor Rabin.
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