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CRITICA
Por: PACO CASADO
Posiblemente no haya habido en toda la historia del cine un personaje, a excepción del de Tarzán, que haya mantenido la atención del espectador, como el creado en sus novelas por el escritor Ian Fleming durante veintiún años y a través de trece largometrajes que llevamos hasta ahora.
James Bond ha sobrepasado ya a su propio creador y otros guionistas y novelistas han inventado nuevas historia que únicamente son capaces de ser interpretadas por el agente secreto con licencia para matar.
Sean Connery, George Lazenby y Roger Moore han incorporado al personaje hasta el día de hoy.
Nadie podía suponer, ni siquiera sus productores, que aquel Agente 007 contra el doctor No (1962) iba a tener tan larga descendencia.
El secreto estaba en la espectacularidad de sus producciones y el gran cúmulo de aventuras y fantasía derrochada en cada una de ellas.
Eso es exactamente lo que las mantiene en el candelero, el asegurar el entretenimiento, la emoción y la diversión durante dos horas o más, aún a costa de la propia desvirtuación del personaje inicial como viene ocurriendo, puesto que ya no es tan refinado, sofisticado y elegante, con tan buen gusto para los vinos, las comidas y las mujeres, que hasta incluso se va haciendo cada vez un poco más viejo.
La fórmula tal vez no sea difícil de imitar, e incluso otros lo intentaron, pero hasta la copia americana con el agente Flint, desapareció rápidamente.
Un huevo de Fabergé y la muerte de un agente secreto, conducen a James Bond a descubrir un tráfico de joyas.
Aquí todo gira en torno a una dama que ha heredado el gusto por el trafico de joyas de su padre en complot con Kamal Kahn, un príncipe afgano, y Orlov, un ambicioso militar soviético, cuyo plan es hacer estallar un dispositivo nuclear que se encuentra en una base de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos.
Pronto es descubierto por Bond en esta nueva aventura que se desarrollan en buena parte en la siempre misteriosa India.
No faltan, como es de rigor, los juguetes bélicos, como un avión de bolsillo, un líquido que deshace los metales o una televisión de reloj, entre otros.
Ni tampoco las consabidas chicas Bond de exótica belleza.
Continúan por otra parte los siempre espléndidos genéricos creados por Maurice Binder o la música para la banda sonora compuesta por John Barry que vuelve a la serie, esta vez adornada con la canción All time high, que canta Rita Coolidge.
No importa ni siquiera que la continuidad se haya visto en peligro por los cambios contantes de los directores.
En esta ocasión es John Glen el que por tercera vez dirige al famoso agente y, como en las anteriores, ha sabido adaptarse a las características de las películas dictadas por su productor Albert R. Broccoli.
Maud Adams repite papel por segunda vez, algo no frecuente, como también Roger Moore lo hace por sexta ocasión consecutiva, siempre con la eficacia que piden los espectadores seguidores a los films de esta saga.
Y como siempre, al final, la serie promete continuar con un nuevo capítulo de sus aventuras, a pesar de la competencia que le pueda hacer con la vuelta de Sean Conney en una nueva cinta que se anuncia que se titulará Nunca digas nunca jamás.
James Bond, mientras siga satisfaciendo a los espectadores y dándoles lo que se espera de él, tendrá cuerda para rato.
Premio Golden Screen Germany. Premio de los editores de sonido norteamericanos.
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