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CRITICA
Por: PACO CASADO
La peculiar idiosincrasia del pueblo norteamericano resulta, a veces, bastante chocante y si se nos apura casi ridícula, hasta el punto de convertir un vulgar suceso sin excesiva relevancia, como fue el que ocurrió en la población de Amityville, en Long Island, a principios del año 1979, primero en un libro que se convirtió en un auténtico best-seller, escrito por Sandor Stern, y posteriormente en un gran éxito cinematográfico de taquilla, a pesar de la mediocridad que resultó ser su realización de puesta en imágenes.
Una pareja que lleva pocos años casados y sus tres hijos, se mudan a una gran mansión donde tiempo atrás se cometió un asesinato en masa.
Al poco de establecerse allí comienzan a experimentarse manifestaciones bastante extrañas e inexplicables que tienen un fuerte efecto en todos los habitantes de la casa.
Consciente de ello, la hábil y poderosa industria del cine yanqui, se apresuró a hacer sufrir a los pobres espectadores con las desgracias de la familia Lutz que, dicho sea de paso podía haberlas evitado simplemente llevado a cabo el hecho de marcharse rápidamente de la vivienda, facturando un producto casi de serie B, con un exiguo presupuesto de 4.700.000 dólares y encargando la dirección al artesanal cineasta Stuart Rosenberg, el director de la desmadrada comedia 'Locos de abril' (1969) o 'Amor y balas' (1979).
Con un guion bastante plano de Sandor Stern basado en una historia escrita por George Lutz y Kathy Lutz, extraída de la novela de Jay Anson, falto de ideas y de originalidad entre otras cosas, que sitúa rápidamente en los horribles hechos al espectador, Stuart Rosenberg termina por completar el estropicio, con una realización torpe, carente del debido ritmo y de una total convicción.
La película, por otro lado, está llena de truculencia y de tópicos propios del género, desde las puertas que se abren o se cierran solas con el consiguiente portazo para asustar al público, hasta la sangre que corre por las paredes, entre otras cuestiones, resultando así una trama reiterativa y alargada en exceso, a pesar de los cortes de censura, con un exasperante protagonismo de la mansión en donde suceden los crímenes, consiguiendo, muy aisladamente, y tras una gran acumulación de efectos especiales, cierto impacto en el ánimo del sufrido espectador.
Resulta correcta la fotografía llevada a cabo de Fred J, Koenekamp y bastante eficaz en este caso la partitura musical compuesta por el experto pianista argentino Lalo Schifrin.
En el aspecto interpretativo únicamente cabe destacar a la actriz Margot Kidder, junto a un James Brolin muy discreto y a un veterano Rod Steiger siempre eficaz.
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