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CRITICA
Por: PACO CASADO
La unión de Julio Verne y Walt Disney siempre ha sido muy beneficiosa para el cine y para los espectadores infantiles.
Ahí están algunos títulos como 20000 leguas de viaje submarino (1954), La vuelta al mundo en 80 días (1956), Viaje al centro de la Tierra (1959), La isla misteriosa (1961), Cinco semanas en globo (1962) y ahora 'Los hijos del capitán Grant' (1962).
Como se puede ver la colaboración de Verne con Dismey ha sido frecuente, quizás porque tenían el mismo objetivo: los niños y los jóvenes.
Sus películas son eternas porque siempre encuentran el terreno abonado de un público en constante renovación.
Julio Verne, un autor muy fecundo, ha sido considerado en justicia el profeta de las generaciones del siglo XX, muchas de cuyas novelas han sido trasladadas a la pantalla con sabiduría por la productora de Disney.
A Verne se le fueron sus personajes de las manos llegando a requerir vida propia debido a las numerosos cartas que recibía de sus lectores.
En la Inglaterra del siglo XIX, la joven adolescente Mary Grant y su hermano menor Robert, se embarcan en compañía del científico profesor francés Jacques Paganel en una peligrosa aventura en busca de encontrar a su padre, el Capitán Grant, desaparecido con su barco en algún lugar de la costa de Chile.
En la adaptación al cine de 'Los hijos del capitán Grant' (1962), éstos han tenido que ser reducidos, las peripecias concentradas y los personajes enriquecidos, sin perder el carácter aleccionador, aunque sí el aspecto educativo que suelen tener sus obras, con lo cual el film gana en acción constante y el interés no decae.
De todas formas conserva el encanto de la novela y constituye un interesante espectáculo para los pequeños espectadores.
La dirección de Robert Stevenson es correcta y sobre todo adaptada a la mentalidad infantil, con una estupenda fotografía en color de Paul Beeson cuyas imágenes adquieren una insólita belleza poética, por ejemplo en ese descenso de la montaña, a través del túnel en el hielo, en que los valores cinematográficos recuperan el primitivo sentido del movimiento.
Subraya adecuadamente el carácter espectacular de la novela tratando de hacer verosímil las desorbitadas situaciones del libro.
La música de la banda sonora compuesta por William Alwyn, se ve adornada por la canción Merci beaucoup, escrita por Robert B. Sherman y Richard M. Sherman, cantada por Maurice Chevalier, que como actor hace un impagable profesor Paganel.
Eficaz resulta el trabajo de Wilfrid Hyde-White, y George Sanders pone toda la perversidad de sus habituales personajes.
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