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CRITICA
Por: PACO CASADO
El hecho de que James M. Cain trabajara en Hollywood hizo que al escribir esta novela, publicada en 1934, le diera una forma bastante fílmica.
Fue llevada al cine por primera vez por Pierre Chenal con el título de Le dernier tournant en 1939, con Fernand Gravey, Michel Simon y Corinne Luchaire; por Luchino Visconti en versión libre en Ossesione en 1942, con Clara Calamai, Massimo Girotti y Juan de Landa; esta es la tercera, dirigida por Tay Garnet en 1946.
Si las analizamos a todas, cada una de ellas es distinta, pero la que mejor se adapta a la novela es esta de Tay Garnett.
El matrimonio formado por Nick y Cora, ella mucho más joven que él, regenta una modesta estación de servicio en la carretera de la costa.
Hasta allí llega un buen día Frank Campbell, un trotamundos sin empleo ni domicilio fijo.
A Nick le agrada la personalidad de Frank y le ofrece empleo como mozo en la gasolinera.
Frank acepta atraído por la espléndida belleza de la sexual Cora en la que ha adivinado la insatisfacción que le produce su desigual matrimonio.
Transcurren los años de la Gran Depresión, son momentos de apretarse el cinturón económico, cuando Frank Chambers, ese vagabundo, llega a un motel de carretera, con gasolinera, regentado por Nick Smith, un hombre mayor, que le ofrece trabajo y acepta al enamorarse de Cora Smith, una mujer, más joven que su marido.
Pronto deciden deshacerse de él para vivir su amor y quedarse con la propiedad.
La segunda llamada a la que hace alusión el título es la del destino al que están abocadas las personas cuando no se hace caso a la primera vez que se nos avisa de lo que nos puede ocurrir y al final terminamos cayendo.
Está planificada por el director Tay Garnett con una cámara escrutadora de las miradas, de la situación, de los personajes y de los objetos dentro de la escena, y a cuya observación nada se escamotea, todo ocurre dentro del marco del lienzo blanco de la pantalla, con lo que se libera relativamente de la dependencia del montaje como lenguaje cinematográfico.
Tay Garnett, un director de irrelevante personalidad, cristaliza aquí seguramente su mejor película con algunas secuencias, como el baño nocturno de los dos enamorados que tratan simbólicamente de lavar sus culpas en el océano, que se ha hecho justamente célebre.
Consigue una dimensión claustrofóbica a las relaciones de la pareja, encerrados en el restaurante, por medio de largos planos con mínimos movimientos de cámara.
El sexo y la violencia, implícitos en la novela, aparecen estilizados y envueltos en el fatalismo de una tragedia.
Da al film un aire misterioso, influido por una iluminación un tanto expresionista y subrayado en muchos momentos por la música compuesta por George Bassman.
El guion de Harry Ruskin y Niven Busch va más allá que en las otras versiones anteriores, por lo que resulta más completo, sobre todo en el desarrollo del final.
Narrada en primera persona desde la celda de los condenados a muerte, oír a su protagonista es una sombría historia en la que se mezclan los elementos clásicos del cine negro con el relato de una enloquecida pasión de un vagabundo sin empleo y la esposa del maduro propietario del restaurante de carretera, corroídos por el miedo, el remordimiento y finalmente por una mutua desconfianza, no podrán vivir plenamente hasta llegar al dramático desenlace en el que el destino juega un importante papel.
El triángulo de adulterio formado por el matrimonio y el tercer elemento en discordia, resuelto con un asesinato, está muy bien actuado por John Garfield, una joven y atractiva Lana Turner, algo supuesta en algunos momentos, y un eficaz Cecil Kellaway.
Participó en el Festival de Faro optando al premio Golden train.
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