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CRITICA
Por: PACO CASADO
Quien ama a su prójimo más que a sí mismo, quien se preocupa por los demás a costa de sufrir graves preocupaciones, es alguien que lleva su virtud al grado heroico.
Una comunidad e monjas que tienen a su cargo un asilo de niñas huérfanas, decide motorizarse.
Un coche les es absolutamente necesario para llevar a cabo su trabajo y, tras firmar las consabidas letras, se hacen con él.
A la hermana Tomasa le tocará conducirlo.
Pronto será conocida en todo Madrid como Sor Citroen.
Pero para llegar a este virtuosismo ha tenido que recorrer la larga peripecia de todos los participantes... y con los agravantes máximos.
Así le ocurre a una monjita menuda, nerviosa, imprudente, atolondrada, que sirve a Dios con humilde efusión y a sus criaturas con torrencial vehemencia.
Ella ama a todos.
A su padre, a los niños, a los delincuentes, a cualquier ser humano que, en su presencia, derrame lágrimas, aunque sean falsas.
Y, por ayudarles se expone a reprimendas y castigos que acepta con sumisión.
Muchas veces yerra cuando obedece a sus propios impulsos.
Y otras acierta, cuando cumple la voluntad del Señor.
Pero como no puede estar segura, en la duda atiende siempre al dictado de su gran corazón.
Es fuerte en las virtudes teologales y débil en las cardinales.
Así es esta monja manchega y quijotesca, que parece necesitar una locomotora, o, al menos, un coche utilitario, para ir más velozmente a hacer el bien.
Una vez más el equipo de producción de Pedro Masó nos dio una nueva comedia y una vez más capitaneada por Pedro Lazaga como director y cómo no, con el mismo equipo habitual, en un género en el que no tenían apenas competencia, aunque hubiera otros directores que también la frecuentaba, como Mariano Ozores, por ejemplo.
Es una lástima que a base de hacer películas en serie Pedro Lazaga se echara a perder.
Pero aquí no reside el quid de la cuestión, sino en la rapidez con que las hacía.
Era aproximadamente una media docena la cantidad de ellas que realizaba al año.
Y precisamente en este film se demuestra que cuando Pedro Lazaga quería hacer algo bien tenía inteligencia y capacidad para ello. No hay más que ver la larga secuencia de la búsqueda del pequeñín Nando para darse cuenta.
Es aquí donde hace cine Pedro Lazaga, todo lo demás del resto de la cinta es pura rutina y si sus producciones no salían peor es porque tenía un gran oficio y un buen respaldo en lo que se refiere a la comicidad de los guionistas y de los actores.
Si Lazaga hubiera hecho todo su cine así hubiera sido una auténtica delicia, porque en esta secuencia tiene momentos de poner los pelos de punta.
Por lo demás la película es más o menos como todas.
Amable, simpática, divertida y con un exceso de sentimentalismo de ese que llega hasta la fibra más sensible.
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