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CRITICA
Por: PACO CASADO
La rutinaria vida del padre Robert Koesler, sacerdote de la parroquia católica del Santo Redentor en Detroit y editor de un periódico católico en dicha ciudad, se ve sacudida repentinamente al tropezar con una serie de extraños asesinatos ocurridos en su iglesia cuyas víctimas son monjas y sacerdotes.
Alguien está acabando con la vida de sacerdotes y religiosas católicas, dejando como prueba de sus delictivos actos un rosario negro cuidadosamente entrelazado alrededor de las manos de cada una de sus víctimas.
El padre Koesler se ve obligado a investigar estos asesinatos colaborando con la policía y una periodista, pero de pronto, alguien le pide confesión y se declara culpable de los crímenes que se están cometiendo.
Él, como sacerdote católico, se ve obligado a guardar el secreto de confesión, con lo que el asesino le ha tendido una trampa tapándole la boca para siempre, viéndose así con las manos atadas en este sentido.
La confesión del asesino sella para siempre los labios del sacerdote garantizándose así su silencio.
La temática del cine policiaco puede ser múltiple y variada, pero tiene un interés especial cuando por medio anda un sacerdote católico, por aquello del impedimento a poder hablar al estar obligado por el secreto de confesión.
Este tema lo trató de manera extraordinaria el maestro del suspense Alfred Hitchcok en su película 'Yo confieso' (1952) donde jugaba con este móvil y lo hacía de una manera formidable, creando la tensión y el interés en el espectador como tan sólo él sabe hacerlo.
No hacía falta inundar el film de crímenes, como ocurre en esta ocasión, que tan sólo sirven para rellenar el argumento, pero nada más.
El móvil del asesino en esta historia es vengar a su hija de 16 años que ha muerto, según él, por causa de las congregaciones católicas de la ciudad de Detroit, lugar en donde se desarrolla esta película, por lo que cada viernes lleva a cabo el asesinato de un sacerdote y una monja, apareciendo siempre con un rosario entrelazado en las manos como firma del criminal.
El padre Koesler, editor del periódico católico de la ciudad investiga lo ocurrido hasta que el propio asesino se confiesa con él, impidiéndole así seguir la investigación ante la imposibilidad de delatarle.
El film podía haber sacado más partido a la temática que trata, sobre todo si hubiera contado con un guion más riguroso, y no se perdiera en la acumulación de crímenes, que son innecesarios, que únicamente sirven para rellenar la primera mitad.
Por otra parte distrae la atención del espectador con acciones secundarias sin un mayor interés, como el bautizo del hijo de una feligrés al que el párroco se ha negado a hacerlo, o el enamoramiento de la protagonista del sacerdote, que afortunadamente no llega a más, ni supone nada en el desarrollo de los hechos, como así mismo el poco partido que se le saca al escasamente sorpresivo final.
No obstante, con todo, hubiera tenido solución al contar con una puesta en imagen con más garra y dándole una mayor emoción interna al relato, al mismo tiempo que un ritmo menos cansino en el desarrollo del mismo.
Queda así un producto simplemente discreto dentro del género de intriga, llevado a cabo de forma lineal, sin complicaciones argumentales, con una fotografía de David Golia sin relieve y una composición musical que copia un tema conocido de alguna cinta anterior que transforma en una canción dándola por original.
Los actores se limitan a cumplir con sus respectivos cometidos, poniendo Charles Durning en algún momento unas gotas de humor en su trabajo que relajan la tensión.
Premio del público y mención especial al guion en el Festival policiaco de Cognac.
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