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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es uno de los primeros y más lúcidos ejemplo del western crepuscular, y es a la vez prácticamente la primera película de Sam Peckinpah y una de las mejores de su estupenda filmografía. Steve Judd, un veterano exsoldado de la Unión y antiguo agente federal, que gozó en su tiempo de una extraordinaria reputación, se ha convertido ahora en custodio de los cargamentos de oro de una comunidad minera, a través de un peligroso territorio, que van destinados a diversas entidades bancarias.
Su próximo trabajo es trasladar, desde una mina enclavada en la cresta de una serranía, hasta uno de estos bancos, oro valorado en muchos miles de dólares.
Para este viaje, Steve requiere la colaboración de Gil Westrum, un viejo compañero de aventuras, y de Heck, un jovenzuelo que está dando sus primeros pasos en esta clase de trabajos...
Durante el viaje hacen un alto en el rancho de Joshua Knudsen, un extraño predicador, cuya hija Elsa Knudsen, acaba uniéndose a la caravana, ya que uno de los mineros, perteneciente al clan de los Hammond, la pide en matrimonio.
Por un lado el amor y por otra la codicia harán que aquella aventura del viejo agente federal termine en una trágica peripecia.
La historia inicial ha sido encarnada de forma totalmente distinta a como podíamos imaginarnos, lo que ha puesto a prueba nuestra capacidad de asombro.
El encuadre y los movimientos de la cámara buscan siempre lo más insólito,
Plásticamente se distingue por esa valentía del encuadre y por el uso de tres tonos fundamentales del color: dorados en la llanura en la primera mitad, verdes y oscuros grises en la alta montaña y rojizos en la parte violenta ya cerca del desenlace con los tonos habituales de la luz abierta del paisaje del western.
El film habla de la madurez, ya casi en la vejez, de dos hombres del Oeste, que están en el espíritu de comprensión y de adaptación a las nuevas circunstancias.
Golpean y disparan mejor que los jóvenes, pero ahora la lucha es distinta, ya que están en un sistema de vida diferente.
Es uno de los primeros y más lúcidos ejemplos del western crepuscular y prácticamente el primero de Sam Peckinpah.
Randolph Scott y Joel McCrea, dos de los grandes actores habituales del género, se despidieron del cine con esta memorable cinta donde muestran sus heridas de guerra, y también sus largos años al servicio del cine.
Es realmente espléndida su interpretación en el contexto de una obra melancólica y lírica a la vez, donde los elementos más clásicos del western son admirablemente recogidos y renovados por Sam Peckinpah.
Hay que señalar las brillantes creaciones esporádicas de Edgar Buchanan como juez de paz Tolliver en un banquete nupcial en el campo minero o de actores que después serían habituales en los repartos de este director, como Warren Oates o L. Q. Jones.
La realización no desmintió ni hizo desmerecer el exotismo, la originalidad y la dimensión humana del estupendo guion.
Sam Peckinpah se afanó en buscar un ángulo de visión totalmente nuevo del hecho épico norteamericano.
La película, que no tuvo un gran éxito en los Estados Unidos, recibió en cambio una buena acogida en la Mostra de Cine de Venecia.
También entre los críticos y aficionados al buen cine del Oeste causó en su día una auténtica sensación, en cuanto que, en más de un aspecto, revolucionaba los viejos esquemas del western, sin dejar por ello de respetar sus reglas, por así decirlo, de oro.
Premio de la Junta Nacional de Preservación de películas EE.UU.
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