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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las anécdotas de la Segunda Guerra Mundial, tan importantes en muchas ocasiones, como así se ha demostrado para su desenlace final, siempre son fuente inagotable para ser llevadas al cine de gran espectáculo.
En marzo de 1943 durante la Segunda Guerra Mundial, los británicos deben atacar a un barco alemán, pero está a salvo en Goa, un territorio neutral de la colonia portuguesa de Mormugoa.
Como resultado, envían civiles: ex soldados de unos sesenta años.
En Calcuta, la inteligencia británica asigna al coronel Lewis Pugh y al capitán Gavin Stewart para espiar en Goa y descubren que hay tres barcos alemanes fondeados en la zona.
Mientras tanto Gavin tiene una aventura amorosa de una noche con la elegante y hermosa señora Cromwell.
Euan Lloyd, el productor de este Lobos marinos (1980) repite aquí como anteriormente lo hizo con 'Patos salvajes' (1978), dirigida igualmente por Andrew Victor McLaglen, con el mismo esquema, con un guion bastante sólido, con un reparto de altura, con un gran despliegue de medios y con un equipo técnico de probada eficacia.
Cortadas generalmente ambas por el mismo patrón, lo que interesa precisamente en esta clase de cintas es su anécdota, que no por similar a otras producciones de este género, ya llevadas a la pantalla, dejan de interesar y de atraer la atención del espectador.
La acción se sitúa durante la Segunda Guerra Mundial.
En aguas de Goa portuguesa, y por tanto, neutrales, opera un carguero alemán.
Transmite información que ha costado a los aliados muchas vidas y envíos de suministros.
Al no poder emprender una acción directa, se recurre a aficionados: los miembros de la caballería ligera de Calcuta, club de veteranos combatientes en la guerra de los Boers, cuarenta años atrás.
'Lobos marinos' (1980) narra la última carga de la Brigada Ligera de Calcuta que, en un destartalado barco y simulando una ebria jugarreta, como indica el título de la novela, lograron asaltar y destruir un mercante alemán, anclado en territorio de aguas neutrales, donde se ocultaba el transmisor que facilitaba los datos y detalles sobre la situación de la flota aliada.
El film reúne, por tanto, todos los ingredientes necesarios que requiere esta clase de historias, desde el exótico ambiente de la India, hasta las notas de humor o el crescendo ritmo dramático que el veterano director Andrew Victor McLaglen sabe mantener con buen pulso hasta el final, pese al excesivo metraje del film que se ve un tanto lastrado por alguna secuencias de demasiada duración y especialmente por la reiteración en este sentido de la anécdota de aspecto sentimental.
El resultado es un trabajo lleno de profesionalidad que caracteriza, por lo demás, los aspectos puramente técnicos de esta película.
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